lunes, 7 de septiembre de 2015

cartas al blog...



TOREROS EN EL OLIMPO CADALSEÑO

La novela más bonita que he leído sobre toros se titula Los Clarines del Miedo, de Ángel María de Lera. Vosotros sois como sus noveles toreros protagonistas: Héroes rebeldes llenos de ilusiones que se sobreponían a una época sombría de hambre y miedo. Muchos perdisteis jirones de vuestra piel y todos os dejasteis vuestra juventud en el intento de alcanzar la gloria con grandeza humana.




Alimentabais también las maravillosas esperanzas de nuestra infancia. Yo soñaba con alguno de vosotros dándome la alternativa en Cadalso. 

Y salir en vuestra compañía a hombros de nuestros paisanos por la única puerta grande que tenía aquella humilde plaza de toros de madera, cuyo olor se me quedó incrustado para siempre en el recuerdo. Al final resultó que sólo salíamos por la puerta grande de la imaginación que es un amparo que siempre tenemos a mano y que además es más barato y mucho más hermoso.



Fuisteis como los grandes amores de nuestra vida. Esos que te hacen caminar a seis centímetros del suelo, volar sin alas y viajar sin billete en el AVE del único amor eterno que nunca se acaba: el del entusiasmo. Estabais hechos con esos enamoramientos toreros que te quitan el sueño y el hambre y a cambio te ciegan con el brillo sobrecogedor de pasodobles, triunfos y emociones. Fuisteis esos valientes que nos llevabais de la mano por el camino de la penuria con destino a la dignidad. Erais el mayor y único motivo para seguir creyendo en un futuro algo mejor. Entonces no existían problemas que no se pudieran solucionar con una verónica que os brotara libre de las muñecas y de los sueños.



Desde que me dijo mi amigo José L. Martín que vendríais, partí hacia ese tiempo agridulce para buscaros y entronizaros en ese Olimpo Torero que por derecho propio os pertenece. Un lugar sin lujos, sin fastos, sin alharacas, pero que alberga viejas muletas melancólicas rebosando torerías y caricias. Las manejáis con fina soltura y suave tacto mientras vuestros corazones henchidos de satisfacción abren la triunfal Puerta Grande del Paraíso.




Este pequeño apunte os lo dedico a vosotros, pero también a Ricardo Arruza. Su apacible recuerdo sostenía mi mano según esto escribía. Ricardo, más que un buen torero, fue un torero bueno que desde que nos dejó lidera el escalafón de mi corazón. Y a su atenta mujer, Montse, se lo dedico. Y a su hija, Lorena, que me saludó una noche del pasado verano mientras que sus ojos iluminaban de infinito cariño la calle del Cuerno


Y se lo ofrendo, por fin, a todos aquellos que se quedaron en la cañada luchando con denodado arrojo para conquistar esa sublime pasión y, de paso, hacerse un minúsculo hueco bajo el sol donde rumiar inmortales afectos y faenas celestiales.

                                   


                                      Miguel Moreno González  

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