miércoles, 6 de junio de 2012

La amistad...


LA AMISTAD

            Su verdadero lugar de nacimiento fue aquél donde por primera vez miró esperanzado ese paisaje eterno sobre el que proyectaba su sombra efímera de hombre opaco que emite un pequeño resplandor. Pasados los años y a pesar del complicado negocio humano, continuó siendo lo que siempre fue para él: Una mujer abrumada de virtudes y amores como rarezas hermosas, un aliento, un pensamiento al cual estaba unido el suyo. La intimidad de sus cuerpos que jamás existió, fue compensada largamente por el contacto de dos espíritus estrechamente fundidos. Pensó colaborar con su propia alma para construir -con aleación de respeto mutuo- una amistad de exigencia sensata. La amistad le satisfacía, allí encontraba todo, hasta lo eterno, y aún guardaba reservas para el invierno de su corazón.

            Un día comprobó que todos los hombres viven demasiado sometidos a largos periodos de embotamiento que se ven interrumpidos por sublevaciones tan brutales como inútiles, que se acaba insultando al prójimo por el simple hecho de desdeñar sus alegrías. Percibió conmovido como modificaba su opinión de continuo y como aquella historia le enriquecía pero también simplificaba su vida, al igual que se simplifican los lazos de la sangre cuando no los refuerza el afecto, entonces le pareció que tener razón demasiado pronto puede ser lo mismo que equivocarse. Pasó luego a convertirse en la meditación escrita de un nostálgico que da audiencia a sus recuerdos y le hizo a ella depositaria de su verdad que, como casi todas las verdades, pasó a ser escandalosa. Concluyó que esperaba poco de su verdad, por eso los momentos de felicidad, los progresos parciales, los esfuerzos de reanudación y continuidad le parecían prodigios.

Llegado fue a la edad en que creyó que la vida es una derrota aceptada, arribó al tiempo en que cada lugar encantador nos recuerda otro aún más bello, recaló a la época en que la verdad desaparece ante el esplendor de lo sublime, alcanzó los años en que la pasión colmada abre paso a la inocencia; llegó, al fin, a esos instantes en que el desamor entre amigos debe conservar el decoro.

            Una noche sintió caer sobre sus mejillas esas lágrimas deliciosas, se alegró al imaginar que hasta el final sería querido humanamente por ese rostro que ansía con ternura y... se le escapó, apenas un aliento y desapareció ante sus ojos sorprendidos.

                                  
 Miguel MORENO GONZÁLEZ


(Inspirado en Las Memorias de Adriano)


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