UN TORERO
CASTELLANO:
SANTIAGO MARTÍN, “EL VITI”
Usted ha sido el torero que mejor ha representado la idiosincrasia
castellana: serio y sincero, responsable y digno, auténtico y sensible… Un
artista castellano de pura cepa, callado, sin alharacas ni adornos superfluos.
En definitiva, un castellano de raigambre. Y es que esta Castilla nuestra con tanta belleza desolada, con tantos sueños
rotos, tan olvidada, tan sacrificada, tan seca de chaparros y tan madre de España, sigue siendo capaz de parir
hijos ilustres como Santiago Martín, “El
Viti”.
Usted tiene que saber que mis paisanos, muchos de ellos
ya desaparecidos, como mi abuelo o mi padre, madrugaban en verano para, bajo un
sol abrasador, hacer sus labores del campo y así llegar a tiempo a Cadalso a la hora de comer, para después ver en blanco y negro las
corridas televisadas. Aquella era su deslumbrante seña de identidad, su
irrenunciable filosofía tauro-cadalseña
que los niños emulábamos jugando incansables al toro por las calles del pueblo. “El Viti” era uno de nuestros
protagonistas principales junto a “Antoñete”,
Puerta, Camino, Ostos, “El Cordobés”,
Gregorio Sánchez, Joaquín Bernadó, Palomo Linares…
Recuerdo que una vez en Sevilla le preguntaron por su seriedad en la plaza y usted
respondió, lacónico y educado, con esa voz tan bonita que posee de locutor de
radio: “Es que el toreo es muy serio”. Y partió feliz como lo hacen los
ruiseñores al anochecer mientras el periodista quedaba meditabundo. Usted fue el torero castellano que con más fuerza y verdad triunfó en Sevilla, tan distinta a Salamanca. Su toreo solemne, clásico y
auténtico, de color miel como las piedras de arenisca de las catedrales
salmantinas, brillaba por doquier con esa maestría con la que a usted le
brotaba incontenible. El pulso torero le late en las venas, por eso le es
innato, maestro. Mil veces que
naciera, mil veces nacería con el alma torera y siempre la tendría en el Olimpo Taurino. Una de aquellas tardes sevillanas,
Alfonso Navalón Grande le escribió
una crónica de una belleza crepuscular. Solamente el título ya emocionaba y
daba que pensar: Una encina castellana en
La Maestranza. En Madrid
era idolatrado y es el torero que más veces ha abierto la Puerta
Grande de Las
Ventas: dieciséis, dos de ellas
como novillero.
Fue a usted, maestro, al que más y mejor oí defender el
toreo cuando lo prohibieron en Cataluña
unos políticos blandos con las manos, duros con los sentimientos, cobardes con
la verdad e indoctos con la historia catalana. Recuerdo que le escuché por la
radio una madrugada apacible y lluviosa de domingo otoñal. Su voz,
inconfundible y hermosa, sonó rotunda, segura, llena de amor por el toro, enriquecida
con un castellano añejo, melódico y exquisito. Habló con valentía, con
sinceridad y emocionado, con desgarradora y delicada forma se expresó usted, como
lo hacen los apasionados cuando hablan de sus amorosas pasiones. “De bien nacido es ser agradecido”,
decimos en Castilla. Yo estaba en la
cama y sentí que se me ponía la carne de gallina y luego, escuchándole
conmovido, ya no pude resistir más y lloré en mi soledad. Lloré por usted, por
el toreo y por esa ciudad española en la que he residido y a la que tanto quiero
y admiro: Barcelona. Y lloré porque
nos iremos para siempre y sólo nos sobrevivirán sus naturales infinitos. Al
fin, por mis paisanos de entonces y por mí lloré, porque algo muy nuestro nos
arrancaban de cuajo del corazón.
En Santiago
Martín, “El Viti”, se conjuga la verdad de la Tauromaquia
y la de los más nobles valores humanos. Usted es torero, sí. Pero es también hombre
de una pieza. Un castellano de recia estirpe e hidalgo abolengo que cuando
acariciaba a los toros con sus muletazos templados e interminables, parecía
llevarnos a todos en volandas desde la tierra al cielo. Y tan felices nos hacía
con su arte, maestro, que, por
momentos, nos transfiguraba en toreros celestiales. Y cuando palpábamos las
nubes percibíamos que su magia nos hacía mejores personas y toreros inmortales.
Como usted, maestro. Inmortales y buenos, como usted.
Miguel Moreno González
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