viernes, 23 de noviembre de 2018

cartas al blog...


  UN TORERO CASTELLANO: 
 SANTIAGO MARTÍN, “EL VITI”


Usted ha sido el torero que mejor ha representado la idiosincrasia castellana: serio y sincero, responsable y digno, auténtico y sensible… Un artista castellano de pura cepa, callado, sin alharacas ni adornos superfluos. En definitiva, un castellano de raigambre. Y es que esta Castilla nuestra con tanta belleza desolada, con tantos sueños rotos, tan olvidada, tan sacrificada, tan seca de chaparros y tan madre de España, sigue siendo capaz de parir hijos ilustres como Santiago Martín, “El Viti”.

Usted tiene que saber que mis paisanos, muchos de ellos ya desaparecidos, como mi abuelo o mi padre, madrugaban en verano para, bajo un sol abrasador, hacer sus labores del campo y así llegar a tiempo a Cadalso a la hora de comer, para después ver en blanco y negro las corridas televisadas. Aquella era su deslumbrante seña de identidad, su irrenunciable filosofía tauro-cadalseña que los niños emulábamos jugando incansables al toro por las calles del pueblo. “El Viti” era uno de nuestros protagonistas principales junto a “Antoñete”, Puerta, Camino, Ostos, “El Cordobés”, Gregorio Sánchez, Joaquín Bernadó, Palomo Linares

Recuerdo que una vez en Sevilla le preguntaron por su seriedad en la plaza y usted respondió, lacónico y educado, con esa voz tan bonita que posee de locutor de radio: Es que el toreo es muy serio”. Y partió feliz como lo hacen los ruiseñores al anochecer mientras el periodista quedaba  meditabundo. Usted fue el torero castellano que con más fuerza y verdad triunfó en Sevilla, tan distinta a Salamanca. Su toreo solemne, clásico y auténtico, de color miel como las piedras de arenisca de las catedrales salmantinas, brillaba por doquier con esa maestría con la que a usted le brotaba incontenible. El pulso torero le late en las venas, por eso le es innato, maestro. Mil veces que naciera, mil veces nacería con el alma torera y siempre la tendría en el Olimpo Taurino. Una de aquellas tardes sevillanas, Alfonso Navalón Grande le escribió una crónica de una belleza crepuscular. Solamente el título ya emocionaba y daba que pensar: Una encina castellana en La Maestranza. En Madrid era idolatrado y es el torero que más veces ha abierto la Puerta Grande de Las Ventas: dieciséis, dos de ellas como novillero.


Fue a usted, maestro, al que más y mejor oí defender el toreo cuando lo prohibieron en Cataluña unos políticos blandos con las manos, duros con los sentimientos, cobardes con la verdad e indoctos con la historia catalana. Recuerdo que le escuché por la radio una madrugada apacible y lluviosa de domingo otoñal. Su voz, inconfundible y hermosa, sonó rotunda, segura, llena de amor por el toro, enriquecida con un castellano añejo, melódico y exquisito. Habló con valentía, con sinceridad y emocionado, con desgarradora y delicada forma se expresó usted, como lo hacen los apasionados cuando hablan de sus amorosas pasiones. “De bien nacido es ser agradecido”, decimos en Castilla. Yo estaba en la cama y sentí que se me ponía la carne de gallina y luego, escuchándole conmovido, ya no pude resistir más y lloré en mi soledad. Lloré por usted, por el toreo y por esa ciudad española en la que he residido y a la que tanto quiero y admiro: Barcelona. Y lloré porque nos iremos para siempre y sólo nos sobrevivirán sus naturales infinitos. Al fin, por mis paisanos de entonces y por mí lloré, porque algo muy nuestro nos arrancaban de cuajo del corazón.

En Santiago Martín, “El Viti”, se conjuga la verdad de la Tauromaquia y la de los más nobles valores humanos. Usted es torero, sí. Pero es también hombre de una pieza. Un castellano de recia estirpe e hidalgo abolengo que cuando acariciaba a los toros con sus muletazos templados e interminables, parecía llevarnos a todos en volandas desde la tierra al cielo. Y tan felices nos hacía con su arte, maestro, que, por momentos, nos transfiguraba en toreros celestiales. Y cuando palpábamos las nubes percibíamos que su magia nos hacía mejores personas y toreros inmortales. Como usted, maestro. Inmortales y buenos, como usted.



Miguel Moreno González   

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