Hice el
campamento del Servicio Militar en San
Clemente de Sasebas (Gerona), situado a veinte kilómetros de la frontera
con Francia. Después me destinaron a
un cuartel de caballería en Barcelona,
concretamente en el barrio de Hospitalet
de Llobregat (cerca del metro de Santa
Eulalia), justo en la carretera con dirección a Cornellá.
Enfrente había un almacén de algo relacionado con el
petróleo donde trabajaba el hermano de Don
Manolo, maestro y paisano cadalseño, que muy amablemente pasó un día que
estaba yo de guardia a saludarme y ofrecerme cualquier cosa que necesitara. Desde
entonces Barcelona se convirtió en
mi ciudad favorita. Uno siempre está por volver a los sitios donde se sintió
feliz y bien tratado, pero iban pasando los años y no encontraba ocasión de
retornar.
Por
fin, el pasado agosto decidí que no transcurriría más tiempo sin volver para
rendir tributo a esa época tan bonita pasada en esa ciudad maravillosa. Una
mañana cogimos Paloma y servidor el AVE en Atocha y en tres horas estábamos en la estación de Sants. Allí mismo habíamos reservado un
hotel. En Recepción recibimos un sms de nuestra amiga cadalseña: “¡Feliz
estancia! Te guardo también el gallito
de este año…”. ¡Qué arte tiene
esta mujer! Dejamos el equipaje y salimos raudos al reencuentro de la ciudad.
Anduvimos
unos pocos metros y apareció ante nosotros la Plaza de España con su plaza de toros de Las Arenas cruelmente convertida en un
esperpéntico centro comercial (ya sabéis que estos centros se distinguen por
ser mucho más cultos que los recintos toreros). Lo pasé mal cuando la visitamos
y vimos que sólo habían respetado la fachada. Allí asistí al último festejo taurino
que se celebró sobre su arena. Le trasladaron desde La
Monumental porque ese domingo estaba ocupada por un mitin
político. Parecida desilusión recibí al visitar en domingo la solitaria y
abandonada Monumental. Los dictadores separatistas hacen todo lo posible por trocar la cosmopolita expresión de esta urbe en algo insolidario y retrógrado. No lo conseguirán. Barcelona, Cataluña en general, es muchísimo más que sus bastardas y hueras pretensiones. Y lo comprobarán en el futuro en su demagogo y ruin ego. Todo mi desprecio hacia esas posturas reduccionistas e interesadas. No me gusta ese tipo de gente extremista, inculta (inventan historias apócrifas)y taimada. Sobran, junto a quienes les dan alas, en mi pequeño mundo de afectos.
Bajamos
por el Paralelo hacia Atarazanas, Colón y el Puerto y nos
encaminamos Ramblas arriba hasta la Plaza de Cataluña. ¡Esta si es mi Barcelona! Nadie me la podrá arrancar
de mis amores más íntimos y sinceros. Hace cien años efectuaba parecida ruta.
Salía del cuartel y tomaba un autobús hasta el metro de Santa Eulalia. Allí cogía la línea
1, roja, hasta Plaza de Cataluña
donde me bajaba y me complacía en recorrer toda aquella zona, con especial
dedicación a Las Ramblas, Barrio Gótico,
Plaza Real…
Entraba en alguna de sus típicas tabernas y me tomaba un
bocadillo con “pan amb tomat” y todo
me atrapaba con una sencilla aura placentera. Desde el primer instante quise
imbuirme en sus costumbres y su cultura y he de decir que jamás tropecé con
ningún indeseable converso e intransigente (creo que no abundaban tanto como en
época reciente).
Torné
a subir con mi mujer a Montjuich (aquí
presencié una etapa de la Vuelta a España 1977) y hoy nos impresionan el Estadio
y las Piscinas Olímpicas. Otra mañana
nos encaramamos al Tibidabo (la
primera vez que estuve ascendí en funicular y me encontré con el Teniente del CIR, al que saludé marcialmente),
allí admiramos el perfecto diseño,
la proporcionada simetría de esta deslumbrante metrópoli. Una calurosa tarde
marchamos al encuentro de mi antiguo Cuartel.
Leí por Internet que había desaparecido
engullido por pisos (no ponía nada de si eran producto de la “burbuja
inmobiliaria”…), me apetecía
sobremanera visitar la zona en la que viví un año y medio inolvidable. Gracias
a la amabilidad de las personas a las que preguntamos (seguí sin encontrarme
gente desatenta o mal educada) llegamos, con ligerísimos contratiempos, al
lugar. No lo encontré muy cambiado. Divisamos unas obras y rápido comprobé que estaban dentro de “mi cuartel”. La preciosa puerta de hierro forjado aparecía casi intacta. Miré el lugar donde estaba el timbre que pulsábamos para formar la guardia y recibir al Teniente-Coronel Espejo y…
¡milagro!, allí estaba. Me emocioné. Se me humedeció la mirada que clavé durante unos instantes en aquel espacio. Quedé paralizado, ido, transpuesto, dominado por sensaciones muy nuevas provocadas por recuerdos viejos. Es todo tan fugaz en esta vida, tan inaprensible, tan efímero… que cuando me reencuentro con la belleza de lo vivido me parece que nunca pasará. Los bancos de madera donde me sentaba a leer el vespertino Tele/Express no estaban; sí, en cambio, seguía la nave de los dormitorios, las caballerizas, las oficinas, la cantina… En la cantina, el Capitán Barrón me dijo, una tranquila tarde septembrina de güisqui White Horse y confidencias, que haría “la vista gorda” si me iba a las Fiestas de Cadalso incumpliendo el arresto de una semana que me había impuesto el Capitán Duque por haberse encontrado a un soldado dormido en su garita una noche que yo era “Suboficial de Guardia”.
Hice fotos a
mi pasado querido acompañado en mi presente por Paloma que -siempre amorosa y comprensiva- sabía el momento tan
especial que estaba disfrutando. Al partir oímos el toque de oración del “turuta” Gisbert
abriéndose paso entre los viejos árboles del paseo principal del cuartel. La
guardia está en perfecta formación a las órdenes del Suboficial de Guardia. De la Comandancia
cercana sale el brigada Ortega que
saluda respetuosamente a la bandera.
En
aquel entonces conocí a Rafael Molina Luengo
por mediación de “Cuqui” y Fernando
González García. Hombre de bien, persona extraordinaria, trabajaba en una
agencia de viajes (Pullmantur, Gran Vía, 658). Él, las tardes de domingo, me “metía” sonriente (siempre sonreía con
su lacio pelo largo) en el autobús turístico y nos íbamos a los toros a la Monumental;
por esa época era la plaza española -y
mundial- que más toros daba cada temporada (y ahora nos vienen con éstas…).
A la salida seguíamos ruta a la Sala de Fiestas Scala que entonces estaba
de moda en la calle Consejo de Ciento (curiosamente una atardecida
de este viaje pasamos por esta calle y compramos unos dulces). Rememoro que Rafael conoció conmigo a la que luego
sería su mujer, Pepi, y siete años
después su “ex”. La conocimos una tarde que quedamos con ella y su amiga -también
se llamaba Pepi-para tomar algo por
las tascas del Puerto. Una noche
cenamos los cuatro en un chiringuito de madera de Castelldefels, era un lugar precioso y apacible frente al mar,
desde donde se vislumbraban las luces de los barquitos de los pescadores. Rafa y las dos Pepis jugaban risueños a los dardos y yo miraba a través de una
ventana el mar (como cuenta la canción de Jorge
Sepúlveda) mientras, en esta ocasión, se escuchaba “Lucia”, de Serrat.
El
27 de octubre de 1977 fui a recibir
a Tarradellas, Presidente de la
Generalitat en el exilio francés, a la Plaza de España y desde allí, entre miles de
barceloneses, le acompañamos hasta la plaza
de San Jaime (¡Ja
sóc aquí!).
Quedé fascinado por aquel recibimiento y por la forma apasionada que tenían los
catalanes de amar y de defender sus costumbres que nunca observé que fueran
separadoras, sino más bien integradoras en sus diferencias. Para explicármelo
pensé que eso era parecido a defender la cultura propia (o posible lengua) de
mi pueblo. ¿No iba yo a defenderla, reivindicarla y sentirme orgulloso de ello?
Aquello me hizo comprender la cuestión y situar en su justo término todo
aquello. Es una pena que los castellanos
nunca hayamos tenido ni ganas, ni fuerzas, ni amor propio para defender lo
nuestro como ellos lo hacen. Y tenemos muchísimos motivos, porque, al cabo, en
gran medida fuimos nosotros los que luchamos por una España unida y diversa. Pero bueno, dejemos esto porque una vez más
puedo errar.
Paradojas
de la vida, en el hotel Expo presidía
nuestra habitación el cuadro de un torero, seguramente que los separatistas (nazionalistas) no recabaron en tal
detalle o nunca se habrá hospedado alguno de ellos en este hotel para remediar
tamaña ofensa. Una tarde fuimos a las fiestas del barrio de Sants. Como en casi todos los lugares de España animaba el lugar una orquesta
latina interpretando piezas de toda la vida. Entramos en
una cervecería artesanal,
Homo Sibaris,
Plaza de Osca, 4 y el responsable de la misma, maestro cervecero, nos
ilustró sobre la cerveza durante un rato agradable en el que disfrutamos libando
y escuchando sus enseñanzas. También estuvimos en las fiestas del castizo barrio de Gracia. Graciosamente adornan
cada calle y de entre ellas eligen la más bonita. Este año ganó la calle
Verdi que la habían disfrazado
como si de un poblado del Oeste Americano se tratara. Tomamos
cervezas en las barras de “quita-y-pon” que colocan en las calles y allí
compramos unas camisetas recuerdo de las Fiestas.
El camarero, joven, de ascendencia andaluza, ensayaba el manido discurso que
suele transmitirles el poder establecido desde su más tierna e ingenua infancia.
Le dije algo quijotesco parecido a eso de: “Llaneza
muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala” y cesó en sus
peroratas victimistas. Y es que hay cosas que me desconciertan en este país. La
mayor es la de querer separar cientos de años de historia en común en beneficio
de unos pocos inventando una delirante y disparatada historia que suele tener
fácil acomodo en esta sociedad poco docta en Historia de España y en otras. Es mi parecer.
En
sólo cuatro días viví el mayor porcentaje de emociones de mi vida. Fui
consciente de ello al sentarnos en un banco de la Plaza de Cataluña, bajo un frondoso árbol que nos aliviaba del sol.
Cerca, en la Ronda de Universidad, vi
un atardecer de febrero de 1977 la película Retrato de
Familia, que me impactó entonces gratamente, la dirigía Antonio
Giménez-Rico y contaba entre sus protagonistas con Miguel Bosé. Optamos por seguir
“pateando” las calles. En la
Avenida Puerta del Ángel compramos un par de libros:
uno de historia (para mi) y otro de ficción histórica y romántica (para Paloma). En una frutería de la calle
Ferrán, barrio gótico, el noi
nos lavó unas piezas de fruta a ruego de la encargada que se lo pidió mezclando,
con total naturalidad, el catalán y el castellano. Me encantan estas
situaciones porque me hacen familiarizarme con el idioma, así se lo hago ver a
mi mujer que asiente convencida.
Tomamos
el metro en Liceo (anuncian Wagner para septiembre) y nos apeamos
en la estación de Tarragona, a pocos
metros del hotel. Subimos a la terraza del mismo y entre unas vistas
espectaculares de la ciudad nos refrescamos en su piscina. Nos duchamos y
volvimos a la cafetería de la
terraza. Allí comimos, merendamos y cenamos, todo a la vez,
mientras la brisa mediterránea nos reconfortaba entre un horizonte de neones y
recuerdos. Abajo, vemos pasar ciclistas por los carriles que están
perfectamente delimitados en casi todas las calles. Es de noche y relucen los
pilotos de las bicis como si fuera Navidad.
Nos apoyamos en la barandilla y observando aquel paisaje juego a recorrer
mentalmente mis paseos de hace cien años. Aparezco solitario caminando vestido
de militar e ilusiones.
Paloma me recuerda que una vez quedé
con ella en Sol nada más aterrizar procedente
de Barcelona, dice que aparecí con
un abrigo marrón claro muy bonito (me lo regaló mi tía Vale) pero ajustadísimo, engordé mucho en la mili.
Tiempo después,
ya licenciado, le comenté en una discoteca de la Gran
Vía madrileña que nuestro primer hijo se llamaría M.M.M. y la segunda, añadió ella, B.M.M. Se cumplieron al pie de la letra
ambos vaticinios. Torna a preguntarme cosas de aquella etapa mientras acaricia mi mano sobre la barandilla. La vida es
absurda, medito, llegará un día en que todas mis cosas desaparecerán y siento pena
por ellas. Mi mujer ¡siempre! y el brigada Ortega en la mili, también
han sido buenos conmigo. Mañana nos vamos a Cadalso y nadie sabe de las emociones que pululan ahora por mi
cabeza. Distingo a lo lejos la silenciosa playa de Barcino por la que, una jornada ya muy lejana, galopó con enamorado
desamparo Don Quijote.
Miguel MORENO GONZÁLEZ
-------------------------------------
Me gusta porque une y no separa. Hoy no es asi, me parece. Tanto político ramplón y sin formación acaban por enfrentarnos en beneficio propio. Pocos buenos quedan.
ResponderEliminarRamón Berenguer
Me ha gustado tu escrito, Miguel. Me recuerda esa Barcelona que yo también conocí, donde los "ismos" se han apoderado de todo, populismos, nacionalismos, separatismos, comunismos. Viví durante mis estancias en los 60 y 70 en Berlín las atrocidades de los unos y los otros. Y pienso yo que si estos desgraciados no hubieran nacido, ¿como sería Europa ahora? Lo pienso de España.
ResponderEliminarAntonio
Emoción / recuerdos / emoción / paisaje / emoción / paisanaje / emoción.. No imagino mejor forma de definir el término "emoción", que uno cualquiera de tus escritos.. Un abrazo
ResponderEliminar