(A Sofía Ruiz del
Árbol Moro:Porque eres el hallazgo de un diamante pulido bajo el sol de la
amistad. Y los diamantes son para siempre. Nunca pierden su brillo…)
Allá donde vayas mi recuerdo irá contigo. Nadie como tú me trató con tanto cariño y delicadeza después
de 38 años en este Ministerio de Exteriores. Nadie más que tú dio una humilde
posibilidad a lo
mío. Me pusiste en el mapa de Oficialía y le clavaste una
chincheta roja rodeada con la palabra “afecto”. Jamás me faltó una frase tuya,
un abrazo, un par de besos…
En ocasiones me descubrías solo, a la intemperie, y me rescatabas pronunciando mi nombre con una encantadora sonrisa. Sin disimulo ni afectación. Todo auténtico, como ese pase natural que el torero busca inmortalizar uniéndole inseparable a la belleza de tu recuerdo.
En ocasiones me descubrías solo, a la intemperie, y me rescatabas pronunciando mi nombre con una encantadora sonrisa. Sin disimulo ni afectación. Todo auténtico, como ese pase natural que el torero busca inmortalizar uniéndole inseparable a la belleza de tu recuerdo.
Me costó adaptarme
a tu realidad humana, a tu acogedora cercanía, a la sinceridad de tu
personalidad. ¿Es posible que queden personas como Sofía que viven y trabajan
haciendo del cariño un horizonte de grandeza? Y fueron pasando los meses, también
los años pasaron con su carga de nostalgia,y continuaste llamándome entre sonrisas
que trocaban mi timidez en admiración. Y luego, con innumerables hachazos de
ternura, decapitabas aquellos gritos disonantes de algunos que pretendían
silenciar tus susurros emocionantes.
Te gusta ir a los
toros por San Isidro con tu marido, Nacho. Os ven disfrutar, aplaudir, reír…
Todo lo examináis y todo lo admiráis mientras vuestra mirada cómplice y furtiva ilumina
Las Ventas. Una atardecida, a la salida, nos encontramos en la escalera del
tendido. Te volviste, me reconociste y con tu contagiosa alegría me saludaste
radiante. Y los numerosos espectadores que bajaban se detuvieron comprensivos hasta
que finalizamos el saludo. Nadie se quejó de embotellamiento, nadie dijo nada;
sólo sonrieron gratamente sorprendidos admirando tu simpatía y tu estilo al
caminar. Esa imagen la tendré grabada siempre en mi memoria.
No ha mucho tuve
un accidente de bici. Mi hijo Miguel me hizo una foto en la UCI lleno de
cables. Al verla, exclamaste: “¡Hasta herido, estás elegante!”. Me conmovió tan
especial expresión que únicamente podía venir de ti. Y es que lees también mis
escrititos inspirados sobre la bicicleta y los rubricas con frases cariñosas:
“Gracias por compartir. No dejes de hacerlo”. Eres, Sofía, una mujer de fina
sensibilidad e innata elegancia, de nobles sentimientos que adornan tu admirable
generosidad. Algún día los humanos serán puros gracias a personas como tú.
De tus
pupilas brota la luz que se cuela por los resquicios de tu mirada. Es esa lucecita
que aparece milagrosa cuando estamos perdidos para mostrarnos el camino. Lleva
miles de luciérnagas cargadas de caricias que proyectas hacia tus hijos. Es el
triunfo de tu amor sobre la ceguera cotidiana de los que no saben mirar ni
sentir.
Pero me callo, porque como dijo Don Quijote: “Hay cosas que se sienten mejor que se dicen.” Y yo quiero seguir sintiéndote en silencio…
Pero me callo, porque como dijo Don Quijote: “Hay cosas que se sienten mejor que se dicen.” Y yo quiero seguir sintiéndote en silencio…
Miguel
MORENO GONZÁLEZ
Como sólo sabes hacerlo tú, uniendo tu sensibilidad a tu saber decir, has clavado el retrato de una magnífica mujer y gran persona.
ResponderEliminarGracias y un abrazo, Miguel.
Luis Carlos
Muy muy, pero que muy, requetebién Miguelón... siento no haber conocido a Sofía, aunque tras tu escritito la conozco algo. Gran abrazo.
ResponderEliminarDiego.