jueves, 7 de marzo de 2019

cartas al blog...






LA HISTORIA DE LA FOTO DE "EL NIÑO Y SU PERRO MINGO"

 
  ¡Qué foto tan hermosa con "Mingo"! 

Fue una tarde soleada de un día del Bollo en los Pinos de los Lavaderos, allá donde ahora se encuentra el colegio de Cadalso. El sol avanzaba perezoso hacia la sierra de Lancharrasa. El fotógrafo de Las Rozas de Puerto Real les dijo a los padres que colocaran allí a "Mingo" y al niño... El sol les daba de frente y por eso los dos aparecen con los ojos cerrados. Juntos los dos, inseparables. Muy juntos para siempre. Y es que recuerdo que se querían en silencio una barbaridad. El mocito alarga suavemente la  mano derecha acariciando el cantueso (¡qué cantidad de tomillos y pinos!); su mano izquierda se introduce en el bolsillo de suspantaloncitos, a lo mejor estarían sonando en su mano algunas humildes monedas que le habían dado los mayores, entonces poco le importaba el dinero; el jersey de cuello abierto no tiene botones ni cremallera, sólo dos cordones rematados en dos borlas de lana que cerraban la abertura de la prenda; cubre su cabeza una gorra que tapa sus orejas, antes hacía mucho frío; calza zapatos claros, con hebilla y ojales;su expresión, ya entonces, era melancólica. Al chiquillo le quería mucho su familia y él quería a su perro. El círculo se cerraba con todos dentro.

            El perro con pelaje blanco y obscuro, llama la atención... "Mingo" sabe que está viviendo un momento muy especial y posa feliz, muy tranquilo y satisfecho. Ambas expresiones transmiten placidez, quizá ingenuidad. ¿He dicho ya que se querían mucho los dos? Luego se estuvieron comiendo el bollo sentados sobre una manta que habían extendido sus padres al lado de una antigua cantera. El perro únicamente se movía si el chico le decía: "Come Mingo, come". Y el perro comía resignado los restos del bollo y alguna que otra cosilla que llevaron para acompañar la tarde. Era muy dócil y miraba al crio como con pena y mucho amor, su mirada parecía implorar una caricia. Su padre llevaba un poco de vino en una bota en la que se leía: "Las tres ZZZ. Pamplona. España". El niño y la madre portaban dos cantimploras llenas de agua. Una era para el moquillo. Eran felices los cuatro. Pero no le daban importancia. Era lo más natural del mundo.

            Una tarde "Mingo", ya mayor, bajó andando penosamente desde Las Casetas hasta el huerto de La Peluquera sin despedirse de nadie. Se tumbó junto al brocal del pozo con el que regaba el abuelo el huerto las tardes de verano. Se quedó dormido y no se despertó más. En realidad, se quedó muerto dormido. Un día el infante, extrañado porque las jornadas pasaban y el perro no volvía, les preguntó a sus padres por él. -"Se quedó dormido hace unos días en el huerto"-le contestaron acariciando sus bucles rubios-. -"A los animales no hay que molestarlos cuando duermen, porque duermen tanto que a veces se van al cielo sin enterarse de que e
stán allí."El chiquillo no dijo nada, pero estaba triste por la ausencia del amigo que le acompañaba hasta la escuela y luego volvía solo. Algunas noches de invierno, le oía ladrar desconsolado detrás de la casa echando de menos a su amigo.Yel chicono podía dormirse por la pena. Años después el niño, ya muchacho, se enteró de la penosa realidad.



El muchacho cogió la foto y se la guardó. Desde aquel día siempre la lleva consigo. Son dos amigos que sobreviven al olvido.


                                      Miguel MORENO GONZÁLEZ



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2 comentarios:

  1. Hermoso relato que me recuerda mi infancia cadalseña. Gracias.
    Cadalseño

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  2. Muy bonito pero hecho en falta la relación del niño con el perro. Juegos.aventuras entendimientos niño perro. Nosotros -los tres hermanos- seguimos hablando del Pol como.compañero de juegos aventuras. Son relaciones que no se olvidan. Besos.
    Chusa

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