FRUTOS
ROBADOS DE MI HUERTO
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Las calles aparecían sucias e
invadidas de gentes ociosas y desaliñadas, con grupos de niños descalzos que
bajaban corriendo por una calle de La Casbah.
Vuestro
hogar estaba ordenado y pulcro como la patena y desde mi estancia en vuestra
casa paso por alto todo lo demás y sólo me fijo en eso cuando entro en
cualquier casa. Charlamos de infinidad de cosas y, cuando bromeé sobre el hecho
de que el gerifalte de la iglesia estaría cómodamente en su piscina climatizada
en Castengandolfo, obviasteis mi falta de tacto con una sonrisa. Hablamos de
españoles indigentes pero honorables: Pérez Sirera, María Tejuelo, Donino
Alcañiz… al igual que de los guerrilleros del Frente Polisario que
atendíais en un hospital cercano… Y tantos y tantos otros que únicamente
contaban con vuestra ayuda en Argel. Aquella tarde aprendí la lección de que
mientras la mayoría hablamos haciéndonos los interesantes, vosotras actuabais
en silencio.
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Me vine de Argelia corriendo y no me despedí de casi nadie, sólo
de sus calles que recorrí solitario durante las últimas tardes
que pasé allí e,
incluso, todos los recuerdos de aquellos seis años los escondí. Soy proclive a los
recuerdos y, sin embargo, los de aquel periodo no me sedujeron nunca. En
general, mi experiencia en el país fue positiva pero hubo situaciones aisladas
que en mi mente pudieron con todo lo demás. Encima tengo raíces sedentarias
que, con inusitada fuerza, me atan a mi tierra (Cadalso y Madrid). No fuimos
allí por medallas sino a ganarnos rápido un trocito de futuro baja el sol
y… volver.
En nombre de ese Dios subjetivo y vengador, que cíclicamente unos
humanos invocan, mataron a Ester y Caridad.
Se dirigían a oír la misa de
domingo a Nôtre Dame d'Afrique. Recuerdo, ahora sí, que desde la loma
donde está erigida la iglesia se observa una vista deslumbrante de la bahía de
Argel, me parecía como un nacimiento navideño. Ese mismo paisaje yo lo
contemplaba haciendo proyectos para cuando retornáramos a España,
mientras mi hijo permanecía en su cochecito mirando las hojas doradas de las
palmeras del parque de La
Libertad.
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Y esta mañana, cuando me desperté y abrí la ventana para mirar mi
huerto, aprecié desconsolado que me habían robado sus frutos. Y la verdad,
ahora ya no sé qué hacer, ni qué decir, ni siquiera qué pensar de aquellos
recuerdos escondidos que ahora se abren paso doloridos en mi corazón.
Miguel MORENO GONZÁLEZ
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Sabes buen Miguel que me identifico mucho con tu maravilloso relato en tierras del Magreb llenas de añoranza y nostalgia. Y que gran labor la de los misioneros
ResponderEliminarEn los momentos más terribles también brota el amor. Gracias por recordarnoslo.
ResponderEliminarCadalseño
Merecidísimo homenaje a estas mujeres que realmente creían en lo que hacían.
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