Entre la vida y la muerte,
un suspiro nos separa.
Un relato para el día de las madres...
En la circunstancia de nacer, sobre la conciencia se genera una
vitalidad desconocida, tal vez provenga de Dios o del Universo o,
simplemente, sea la energía de mi cerebro que está en el inicio de su
desarrollo. Sin embargo, ya estoy aquí en el tránsito de mi natalicio,
en donde todo es posible, soy una de las creaciones más puras de la
naturaleza; estoy libre de estrés y miedos, los que ni siquiera alcanzo a
dimensionar por las sensaciones imperceptibles a la hostilidad del
mundo. Este seno materno alberga el refugio más seguro posible, ya que
no existe mayor protección que el amor de la conservación de la especie.
Anímicamente escucho la ternura de las voces que con melosas palabras
hacen eco en el vientre de mi madre, y los tenues pulsos de los latidos
de un corazón que mantiene en vida no sólo a quien me procrea, sino a
mí también. Mi mamá con sus dóciles manos acaricia su curveada barriga,
cuyo terciopelo frota con cariño. A su debido tiempo, el vientre
materno tendrá que expulsarme a mi inexorable destino o a la libertad de
una voluntad inquieta.
¿Qué sucedió durante el lapso de aquel tiempo y espacio? En el
instante sobre el cual me asomaba a un nuevo mundo, abandonando la
tranquilidad y la calidez que me alojaba muy confortable en el vientre
de mi madre, abrí los ojos y aspiré el primer aroma del universo, igual
que todos los seres que sienten la experiencia de su propio nacimiento.
En el punto donde empieza una vida, con certeza termina otra. Y es que
los individuos que se despiden de este mundo exhalan su postrer suspiro,
cuyo aliento es la pausa que mide la vida de la muerte; varias de las
narices que inhalábamos la brisa que sacudía los cabellos de las
personas, las hojas de los árboles, las nubes del cielo y todo aquello
que rosaba aquel soplo de la naturaleza, compartíamos el mismo olor que
destilaba el Universo. Infinidad de pulmones contendríamos el mismo
aire y la misma esencia del cosmos y, después, lo exhalaríamos,
reciclando aquel viento que en algún momento respiraron nuestros
antepasados y que ha recorrido el alma de todos; ¿cuántas lágrimas,
sangre, sudor y secreciones de toda índole se derramaron?
Durante
incontables minutos, en alguna polución, tal vez hubo muertes o quizás
la procreación de nuevas vidas ¿acaso somos parte de aquello que existe y
deja de existir? Tan sólo queda de nosotros el recuerdo, no más para no
desaparecer de la faz de la tierra. Y para los que aún vivimos, nos
corresponde recordar a aquellos que ya no están y que se fueron para
mantenerlos en esta vida, tal es mi caso, que soy vitalidad y lozanía
del acto sexual de mis padres o de la Creación Divina.
Mi llanto no se detiene; pidiendo auxilio, presiono mi diafragma para
aumentar el volumen del lloriqueo y que se rompan los cristales, este
lugar me aterra, no conozco nada ni a nadie..,
¿en qué sitio llegué a
encontrarme?, mis sentidos se descoyuntan, el ruido que atraviesa mis
oídos me hace perder la calma, lo cual enturbia mis diáfanos
pensamientos, confundiéndome entre el caos; mis ojos perciben en vilo la
luz que me refleja colores, en cuya entorno presiento la intromisión
de varios instrumentos, no sé si sean para agredirme; me sujetan esos
malditos que esconden su cuerpo cubriéndose con telas blancas y su
rostro con una máscara azul, ¿qué intentan hacerme?, mi susto crece
cuando siento que me alejan de mi progenitora, la única persona en quien
puedo confiar...
Ahora estoy en el espacio más seguro del universo, amamantado en el
regazo de mi madre, protegido a través de su mirada y de su infinito
amor, entre la ternura de sus manos, recobro mi confianza y el miedo se
evapora; hubo múltiples posibilidades de que hoy estuviera muerto y
sólo una de continuar vivo ¿esta experiencia es acaso un simple suceso
más de la vida o un verdadero milagro?...
Autor: Carlos Franco Castillo
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