DE NIÑOS Y MÉDICOS POR CADALSO
Allá por los años sesenta, cuando mi infancia, las madres vivían obsesionadas con la comida de sus hijos. Sin duda achaques de la aún no lejana posguerra que les dejó recuerdos de hambre prendidos a sus estómagos y a sus vidas ya de forma indeleble. Lo que es la vida, si la tomas en serio te vuelve loco: En aquellos tiempos te decían que tenías que comer para ahuyentar las enfermedades y ahora se recomienda no comer mucho para evitarlas.
Mis continuas y fugaces visitas al médico eran de la mano de mi madre en busca de vitaminas que abrieran mi apetito y paliaran la extrema delgadez de aquella efigie de silbido a punto de llevársela el viento en pos de algún sueño perdido la noche anterior. Recuerdo que ya entonces había mucha lista de espera y que las madres la entretenían interesándose por la salud de sus retoños y pasando revista al cotidiano y monótono devenir del pueblo y sus gentes.
Don Alejandro Menéndez pasaba consulta en la amplia planta baja de su casa rodeada de árboles y situada en la que hoy es, en su memoria, Avda. Doctor Menéndez y que entonces era la Avda. de Madrid. Justo pasado el quiosco de Jose a mano izquierda en dirección a la Castellana, sigue conservándose en buen estado la que fue su casa-consultorio. Ha sido y sigue siendo -no recuerdo otro- mi auténtico médico de cabecera: "-Niño, abre la boca, (¡ajjj!), levántate la camisa y respira fuerte y hondo. Bien, un poco debilucho si está, nada de importancia por lo demás. Con unas inyecciones se quedará como nuevo." ¡Dios, siempre las inyecciones! Qué llantina contenida nada más oírlo y que más tarde se multiplicaba ya sin reparo en casa de Enriquito, el practicante, en la calle Santa Ana, hoy Del Coso, al recibir el agudo aguijonazo sobre mi inocente nalga.
A la vez que en casa de D. Alejandro se pasaba consulta en el Hospitalillo (creo recordar que hubo un tiempo que Cadalso contó con dos galenos); este edificio se levantaba en una parte de lo que en la actualidad es la Casa de Cultura. Allí vivía Mauricia, la comadrona, que atendía todos los partos en el propio domicilio cadalseño de las parturientas. Mi generación nació toda en Cadalso y nuestro primer contacto con la vida fueron las manos de Mauricia; nosotros, los recién nacidos, respondíamos llorando con unas lágrimas que acabaron siendo las más inocentes de nuestra vida. Y es que, al día de hoy, no se conoce ningún caso de niño nacido entre sonrisas -eso se aprende después- y esto, de paso, me invita a reflexionarlo para el futuro. Además Mauricia mantenía las dos salitas que componían el Hospitalillo (de ahí, de su pequeñez, nació su nombre) luminosas y pulcras, dándole un aspecto de lo más entrañable. La primera planta sólo se utilizaba en casos excepcionales y servía como enfermería de los festejos taurinos en las Fiestas de Septiembre. Por todas sus ventanas en los días soleados se colaban haces de sol que estallaban contra sus blancas paredes, procurándole al lugar una intensa y hermosa luz que guardo en algún pequeñito lugar de mi memoria infantil.
Los medios de aquellos años, como por otra parte es fácil imaginar, eran muy precarios y se intentaban suplir con la cercanía y el cariño locuaz que Don Alejandro repartía por doquier y sin restricción alguna (me parece que en épocas de carencia hay mayor solidaridad, al igual que en las de abundancia hay mayor egoísmo). El médico a la mínima visitaba a los enfermos en sus casas recetando por igual medicinas, que se adquirían en la botica con estantes repletos de frascas de vidrio que estaba ubicada en la Plaza, y simpatía que llevaba él consigo; ambos ingredientes ejercían de eficaz antídoto contra cualquier dolencia. Después ceremoniosamente se lavaba las manos en la palangana y se secaba con una toalla blanca que se guardaba en casa sólo para él. En unas horas, los niños retornábamos a nuestro hábitat más preciado: la calle y el frío.
En cierta ocasión en un exceso de celo profesional enviaron mi escuchimizado y esmirriado cuerpecito al hospital del Niño Jesús en Madrid (entonces Móstoles era poco más que Cadalso y carecía de hospital). Aquella vez no lloré, sólo miraba; miraba a mis padres, al ascensor, al resto de los niños de la habitación, a los árboles curiosos que asomaban por la ventana y a aquel otro color blanco de la habitación que no se parecía en nada al que dejé en mi pueblo. Y no hablaba, los pocos días que permanecí allí hasta que comprobaron el error del diagnóstico, abrí la boca lo estrictamente imprescindible. A los niños cadalseños de mi tiempo, Madrid nos impresionaba tanto que nos dejaba casi mudos. Ahora, en cambio, me deja sin aliento y perplejo.
Después del Hospitalillo se pasó la consulta médica al edificio que hoy es el Hogar del Pensionista y más tarde, en los años ochenta, al actual Centro de Salud Me dicen que pronto construirán uno más moderno y mejor dotado en la zona de los Cuatro Caminos. Es una buena noticia que permitirá a Cadalso mantener una adecuada e imprescindible infraestructura sanitaria de cara al futuro más inmediato. También hay que intentar estar a la altura de los tiempos que corren en otras áreas no menos importantes para el desarrollo de nuestro pueblo. Anímicamente presiento que me beneficiará muchísimo y que acentuará mi nostalgia al compararlo con un pasado que, afortunadamente, en lo referente a su evolución no será mejor.
Miguel MORENO GONZÁLEZ
Allá por los años sesenta, cuando mi infancia, las madres vivían obsesionadas con la comida de sus hijos. Sin duda achaques de la aún no lejana posguerra que les dejó recuerdos de hambre prendidos a sus estómagos y a sus vidas ya de forma indeleble. Lo que es la vida, si la tomas en serio te vuelve loco: En aquellos tiempos te decían que tenías que comer para ahuyentar las enfermedades y ahora se recomienda no comer mucho para evitarlas.
Mis continuas y fugaces visitas al médico eran de la mano de mi madre en busca de vitaminas que abrieran mi apetito y paliaran la extrema delgadez de aquella efigie de silbido a punto de llevársela el viento en pos de algún sueño perdido la noche anterior. Recuerdo que ya entonces había mucha lista de espera y que las madres la entretenían interesándose por la salud de sus retoños y pasando revista al cotidiano y monótono devenir del pueblo y sus gentes.
Don Alejandro Menéndez pasaba consulta en la amplia planta baja de su casa rodeada de árboles y situada en la que hoy es, en su memoria, Avda. Doctor Menéndez y que entonces era la Avda. de Madrid. Justo pasado el quiosco de Jose a mano izquierda en dirección a la Castellana, sigue conservándose en buen estado la que fue su casa-consultorio. Ha sido y sigue siendo -no recuerdo otro- mi auténtico médico de cabecera: "-Niño, abre la boca, (¡ajjj!), levántate la camisa y respira fuerte y hondo. Bien, un poco debilucho si está, nada de importancia por lo demás. Con unas inyecciones se quedará como nuevo." ¡Dios, siempre las inyecciones! Qué llantina contenida nada más oírlo y que más tarde se multiplicaba ya sin reparo en casa de Enriquito, el practicante, en la calle Santa Ana, hoy Del Coso, al recibir el agudo aguijonazo sobre mi inocente nalga.
A la vez que en casa de D. Alejandro se pasaba consulta en el Hospitalillo (creo recordar que hubo un tiempo que Cadalso contó con dos galenos); este edificio se levantaba en una parte de lo que en la actualidad es la Casa de Cultura. Allí vivía Mauricia, la comadrona, que atendía todos los partos en el propio domicilio cadalseño de las parturientas. Mi generación nació toda en Cadalso y nuestro primer contacto con la vida fueron las manos de Mauricia; nosotros, los recién nacidos, respondíamos llorando con unas lágrimas que acabaron siendo las más inocentes de nuestra vida. Y es que, al día de hoy, no se conoce ningún caso de niño nacido entre sonrisas -eso se aprende después- y esto, de paso, me invita a reflexionarlo para el futuro. Además Mauricia mantenía las dos salitas que componían el Hospitalillo (de ahí, de su pequeñez, nació su nombre) luminosas y pulcras, dándole un aspecto de lo más entrañable. La primera planta sólo se utilizaba en casos excepcionales y servía como enfermería de los festejos taurinos en las Fiestas de Septiembre. Por todas sus ventanas en los días soleados se colaban haces de sol que estallaban contra sus blancas paredes, procurándole al lugar una intensa y hermosa luz que guardo en algún pequeñito lugar de mi memoria infantil.
Los medios de aquellos años, como por otra parte es fácil imaginar, eran muy precarios y se intentaban suplir con la cercanía y el cariño locuaz que Don Alejandro repartía por doquier y sin restricción alguna (me parece que en épocas de carencia hay mayor solidaridad, al igual que en las de abundancia hay mayor egoísmo). El médico a la mínima visitaba a los enfermos en sus casas recetando por igual medicinas, que se adquirían en la botica con estantes repletos de frascas de vidrio que estaba ubicada en la Plaza, y simpatía que llevaba él consigo; ambos ingredientes ejercían de eficaz antídoto contra cualquier dolencia. Después ceremoniosamente se lavaba las manos en la palangana y se secaba con una toalla blanca que se guardaba en casa sólo para él. En unas horas, los niños retornábamos a nuestro hábitat más preciado: la calle y el frío.
En cierta ocasión en un exceso de celo profesional enviaron mi escuchimizado y esmirriado cuerpecito al hospital del Niño Jesús en Madrid (entonces Móstoles era poco más que Cadalso y carecía de hospital). Aquella vez no lloré, sólo miraba; miraba a mis padres, al ascensor, al resto de los niños de la habitación, a los árboles curiosos que asomaban por la ventana y a aquel otro color blanco de la habitación que no se parecía en nada al que dejé en mi pueblo. Y no hablaba, los pocos días que permanecí allí hasta que comprobaron el error del diagnóstico, abrí la boca lo estrictamente imprescindible. A los niños cadalseños de mi tiempo, Madrid nos impresionaba tanto que nos dejaba casi mudos. Ahora, en cambio, me deja sin aliento y perplejo.
Después del Hospitalillo se pasó la consulta médica al edificio que hoy es el Hogar del Pensionista y más tarde, en los años ochenta, al actual Centro de Salud Me dicen que pronto construirán uno más moderno y mejor dotado en la zona de los Cuatro Caminos. Es una buena noticia que permitirá a Cadalso mantener una adecuada e imprescindible infraestructura sanitaria de cara al futuro más inmediato. También hay que intentar estar a la altura de los tiempos que corren en otras áreas no menos importantes para el desarrollo de nuestro pueblo. Anímicamente presiento que me beneficiará muchísimo y que acentuará mi nostalgia al compararlo con un pasado que, afortunadamente, en lo referente a su evolución no será mejor.
Miguel MORENO GONZÁLEZ
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