martes, 1 de febrero de 2011

Aquellos cacharros de entonces...

AQUELLOS CACHARROS DE ENTONCES...

He subido otra vez al desván y allá que siguen, aunque ahora abandonados y malheridos, aquellos enseres que dieron vueltas alrededor de mi infancia. Son vestigios de tiempos pasados que los anticuarios para sí quisieran; valiosas piezas para nuestro particular museo del recuerdo que invitarles a repasarlo quisiera.


Metidos en faena,tomé unos cuantos con los que hacer el retrato con que ilustrarles el artículo evitando el “copyright” al no encontrar foto antigua alguna por mucho que rebuscara en los cajones de la abuela Vicenta. Y aquí lo traigo, en tonos grises, como está mandado, que el color ya lo pondremos nosotros con nuestra memoria histórica
¡Que gozo da volver a juntarnos! Ni el polvo ni las telarañas estorban estas sanas sensaciones en el reencuentro que al palparlos me llevan a otra época oyendo de nuevo el ir y venir en sus mil y unas tareas.
Sabedor que hay tema para largo y la redacción exige sea escueto, espero se sientan pagados con sólo nombrarlos y sirvan de acicate a sus comentarios de mejor tino. Advierto de la retahíla de vocablos viejos, ya en desuso, por lo que la lección será también de léxico. Sea mi aportación al aparador del ayer, éste, nuestro muy particular rastro de cacharros de antaño ¿Me acompañan, amigos lectores?
En una primera tanda: los destellos del candíl de la casa de barro , sin luz, de Ahillas ya derruida, el carburo de cuando el abuelo era maderero, el farol de procesiones y novenas; los pucheros de barro de la tatarabuela El cucharón con que mi madre removía las tajás en esa la sartén del matapuerco. Los cepos pa pajaricos, ratones y conejos de mi banda. Aquella la mejor criba con la que mi padre trillaba la valiosa alfalfa como imitando a los buscadores de oro. La collera y albarda del macho…

Y lo primero es reconocer que les habéis sobrevivido. Sin garantías, muchas veces ampraos, con más de un trenque y remiendo pero testigos mudos, en suma, de sus vidas para que tantos raticos no caigan en el saco roto del olvido y que todas esas nuevas cuellas de jóvenes sepan que más que cacharrería fueron afiladas herramientas que ayudaron a apañarnos, ea, la vida.

Aquí y allá, abundan los aperos de labranza ; fueron tiempos, te repito, de vivir de la tierra el jornalico y cuatro animalicos. Capítulo aparte merecen, pero citaré unos cuantos: la orca, la pala y los ganchos; cedazos, cribas y ganchos; la alportadera, el forcachet, sogas, varas y aladro. Más y más recipientes que salen al paso: los garrafones de cristal y las garrafas forrás de enea, mimbre o esparto; los pellejos de ir y venir a los cubos y la esportillá botija de dos asas; los calderos y juegos de lebrillos donde escaldaban y sazonaban carnes, meneaban embutidos, cocían morcillas o se almacenaban granos; orzas echando de menos su embutido de la jarra…
Mención aparte: la artesa con sus mandiles, tabla y rodilla que todavía huele a horno y pasticas. Colmenas de corcho y artículos de apicultura del abuelo Francisco cuyos zumbidos aficionarían a mi hermano Cristóbal. La maleta de cartón que aún espera el chirriar de trenes correo y migraciones y aquella mecedora que revive mis balanceos infantiles. La arroba a a la que ponía el plato pa los escurrines cuando abocaban el aceite y aquella jarra gigantesca en la que lo trabucaban y se iban almacenaba las parás. La barchilla testigo mudo de pagos alquileres y riegos y lo que queda del juego de cestas, canastos y canastas: La de dos asas pal horno, la peqeñica pa ir de merienda o siembra , la de mudar toa blanca, la de tapas y la de batalla.
Y especialmente, aquel barreño de hojalata donde de crío chapoteaba al solecico del descubierto y aromas de Heno de Pravia.
Colgados por ahí: las vara de toro de cuando mi padre era tratante por esos pueblos y aquellos garroticos de ligonero que aún le esperan pa ir a la oliva; la mochila con su estufador pa sulfatar, jaulas que servían tanto pa replegar nidos como caracoles. Capazos de esparto y el moderno de goma o el banasto en los que plegué millones de cuquillanas, serranas y billalongas olivas o sacaba zuros, estiércol, paja o farfollas. Toda una colección de paellas y sartenes que recuerdan a días de subir al Remedio o celebraciones en el río, gazpachos, fritás y juergas .Talega con las iniciales JT de mi padre y aquel hierro con el que se marcaban a fuego, o mejunje, sacos y animales. Un atao de esparto esperando todavía fascarlo o servir de atadura a tomates y pebreras. A sus pies, el tarugo y maza pa picarlo y que apaño hacía pa cortar huesos y carnes con su achuz de mango mil veces mudado al lado.

En un rincón y amontonaos: La vieja arradio (me parece como si fuera ayer que la traía el Damiá a casa) con su inseparable transformador (lo que pesa el trasto) en la que, no resistiendo la tentación, intento pillar emisora. El tocadiscos y magnetófono hecho ziscos de tanto guateque y el cassette que con tanto esfuerzo conseguí pasar por la frontera andorrana. Mis botas Segarra, camisa caqui y gorra de mis años de mili. La memorable cocinica de camping gas con su bombona azul que aún aguarda las manos de la Tenta para ponerla en marcha.
Rebuscando entre cajas y banastos, topo con la carrucha que iba con nosotros tras cada mudanza, una reata de cables y bencejos entre los que descubro aquel interruptor de pera que colgaba de mi cama y el clásico despertador al que le doy cuerda volviendo a escuchar su seco tic tac de mis terrores nocturnos infantiles. En una bolsa descolorida en la que descubro el logo galerías Preciados: la dinamo y el maletín con los arreos pa arreglar pinchazos de la bici y en una caja en la que se lee General Electric Española ( nuestra primera tele, madre mía) el casco y gafas de la moto Montesa. De un básquet, ya falto de tablillas, un rosario de cosas: la recia llave de la puerta de dos hojas, aquella de madera del huertico y la de mi candao en el cuartel; la aldaba y tranca; el collar de cascabeles y cencerro , trastos de esquilar, cuerno y zurrón con los que padre de bien jovencico hizo de pastor.

Y en unas cajas de membrillo, los tesoros de mi años de chiquillo y mocico: restos de mis colecciones de chapas, la cadena con su cruz nacarada que colgaba de mi traje gris de la comunión. Álbum de cromos Vida y Color y varios discos Mirinda. El plumier de madera con plumillas y papel secante. Libretas con su caligrafía, dictados y consigna diarias. La memorable enciclopedia Dalmau, un TBO y un Roberto Alcazar , dos Pumbys y Jabatos y varios Hazañas Bélicas y capitán Trueno. Varios soldadicos y vaqueros de plástico y chiquiquicos de los que me salían en los sobres sorpresa de las tramuceras. Postales adolescentes y pliego de cartas con sellos de Franco. Novelas de Marcial Lafuente y libricos de bolsillo. Diploma del catecismo, de la OJE y de la Acción Católica. Varios banderines y caliches raros, billetes de cuando la guerra y monedas de chavo, dos reales, francos, liras y pesetas ( ¡hasta una de papel!) . Lo que fueran entradas de toros, cine y aleluyas que sirvieron como marcadores a mis primeras lecturas.
Me adentro en el salador donde sobresale unas puntas de caña: el cañizo en el que se extendía la matanza y era mesa donde extender los productos a secar o las simientes. A su vera, la cantarera y palancana y debajo, protegidos por una manta a cuadros testigo de pajar, fríos y guerras, la embutidora con un atillo que intuyo será la capoladora con sus cuchillas y embudicos listas pa picar y fabricar aquel sofrito que alimentaba cada casa. Y al lao, el arca, aquel baúl en el que se guardaban mil trapos. Emocionado la abro y doy con trajes y ropajes: aquel jersecico que me tejió mi prima Esco con su máquina Troter, el chaleco del abuelo, mi pantalón Quenk, los calzoncillos largos y camisetas de felpa. La cazadora con su parches en los codos, el cojín y los caminicos de mesa con las iniciales VL con las que bordaba. Los peucos de ganchillo, un sobrepelliz de cuando era monaguillo, velos, chaqueta de pana, boina, tapabocas. Un tres cuartos militar, el vestido negro de la boda de mis padres, los manguitos y delantales….

Echo en falta, otros que ya no veo. Desaparecieron comidos por la polilla, mal vendios al comprador del bando, disfrutaos a los sones de la Tarara y San Antón, tiraos al barranco o quemaos en el descubierto ¡También nos acordamos de ellos!
Eran aquellos cachivaches y trastos viejos que bien merecen éste su homenaje y todo el respeto. Vale, como dice Robert Fripp, que cuando transcurre el tiempo cada cosa tiene su momento y que nuevas cosas acontecen mientras las cosas anteriores envejecen. Añado que en éste sinvivir del día a día que con tanta ansia hace del futuro presente y al minuto, lo convierte en pretérito, todo y todos nos hacemos viejos. ¡Recuerden! Vale que disfrutemos del momento pero no olvidemos a las cosas que antes nos ayudaron ¿Hace?

Francisco Torralba Lopez

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