UN PUEBLO…
Es un pueblo pequeño
suspendido en la ladera de la sierra, arraigado a las oquedades de su historia
y su pasado, breve en su espacio y en su presente, su futuro está delimitado
por el bosque de castaños que lo rodea. Parece un juguete, sus calles y
plazoletas dan la sensación de que podrían construirse por uno mismo jugando a
juegos infantiles. Los quicios de las puertas de madera son diferentes unos a
otros.
Las calles son estrechas, empinadas y limpias; conservan nombres de
ciudades (¡qué paradoja!), la de Valladolid
es como un suspiro y ya estás en la de Ávila,
otras hacen mención a su geografía como la del Altozano, donde niños felices corretean tras un balón fofo, algunas
hay con nombres y apellidos que supongo
pertenecen a su gente ilustre -¿entenderán ellos como gente ilustre
la misma que nosotros?-.
Las personas que andan
por la calle son amables y solícitas, hay otras que miran desde su casa
descorriendo los visillos de sus ventanas y dejan entrever su aliento pegado al
cristal y unas escaleras de madera que suben al piso superior desde el portal.
Imagino a sus moradores en invierno, soplando el viento y cayendo agua o nieve,
encerrados en sus casas y en su soledad. Esas noches les serán propicias para
elucubrar e imaginar sobre otros mundos y lugares que de cuando en vez observan
en la televisión, por ella saben que no todo es como allí.
¿Qué pensarán de la ciudad y sus gentes, sus desquiciamientos y sus competiciones diarias para ser el mejor?
¿Qué pensarán de la ciudad y sus gentes, sus desquiciamientos y sus competiciones diarias para ser el mejor?
Recorro el pueblecito:
En la calle del Olivar brota una
fuente de piedra, de su caño de hierro mana agua continuamente, un letrero dice
que es
agua potable y fresca. Sentadas a su regazo están dos mocitas, meditan seguramente en su Príncipe Azul enamorado. Tienen las ilusiones intactas, su futuro les pertenece y le pueblan de sueños maravillosos. El Príncipe, yo lo sé, las besará una atardecida en el castañar y antes habrán dibujado un corazón sobre la corteza de un grueso árbol con una flecha partiéndole en dos que hará saltar tres gotitas de sangre y grabarán amorosamente, al fin, sus iniciales. Es el viejo ritual del amor que alcanza en los pueblos su verdadera dimensión y razón de ser. Siempre es igual de bonito y emocionante. No falla.
agua potable y fresca. Sentadas a su regazo están dos mocitas, meditan seguramente en su Príncipe Azul enamorado. Tienen las ilusiones intactas, su futuro les pertenece y le pueblan de sueños maravillosos. El Príncipe, yo lo sé, las besará una atardecida en el castañar y antes habrán dibujado un corazón sobre la corteza de un grueso árbol con una flecha partiéndole en dos que hará saltar tres gotitas de sangre y grabarán amorosamente, al fin, sus iniciales. Es el viejo ritual del amor que alcanza en los pueblos su verdadera dimensión y razón de ser. Siempre es igual de bonito y emocionante. No falla.
La iglesia es como a Dios,
si existiera, le gustaría que fuese: Pequeña, sobria, sin lujos innecesarios y
ofensivos. El párroco dejó en la puerta un mensaje anhelante y puede que
angustiado: "Espero vuestra
compañía durante estas Fiestas". La calle Alta es angosta y empinada, guarda restos de una pared de piedras,
guijarros parecidos a los que usábamos en nuestra adolescencia en las canteas
de mi pueblo entre los barrios de San
Antón (pobre, desarraigado, vitalista, luchador, trabajador); y el de La Plazolilla (menesteroso,
anárquico, desvalido, combativo, afanoso). Nuestro gran jefe, "Chaleco", desafiaba al suyo,
"Planas", en encarnizado y mortal duelo; todos los
guerreros contemplábamos absortos el final del combate entre agudos alaridos y
coléricos gritos. Aún restan cicatrices de pedradas, testigos elocuentes de
aquellos episodios…
El camposanto es cuadriculado, se entra por un caminito delimitado
por dos muros de piedra. Dentro guarda personajes anónimos que un día soñaron
con rendir el mundo a sus pies.
Todo aquello lo vigilan cuatro cipreses que seguramente no creen en Dios y que cuando sopla el cierzo se cimbrean como juncos. La Casa Consistorial es humilde, no sé si eficaz, abre en días alternos y el tejado alberga una antena, cuatro altavoces, que sustituyen al pregonero de antaño, y una veleta casquivana y altanera que juega a indicar la dirección del viento. En la plaza Mayor -un decir- hay construida una marquesina que debe albergar a algún conjunto musical por sus fiestas de verano. De la plaza sale una callecita limpia y estrecha, al final de ella, suspendido de una pared, un cartel inquietante recuerda que allí precisamente acaba el pueblo, como transmitiendo que si se sigue adelante nadie se responsabilizará de tu suerte.
La calle José ALFONSO RODRIGUEZ cuenta con una
carnicería y una pescadería que reciben sus productos semanalmente. La
carnicería adorna una de sus paredes con un cartel taurino que anuncia una
corrida de toros primaveral en el cercano pueblo de Cadalso de los Vidrios (Madrid).
A derecha mano la pequeña calle
dedicada a un famoso general cobija una "Fábrica
de Castañas", uno no sabe si este negocio será muy productivo pero al
menos tiene a su favor la originalidad, que no es poco para los tiempos que
corren. En la calle Málaga está la
escuela, situada en lugar bien visible cuelga la foto de los reyes; ellos, seguro, ni siquiera sabrán de la
existencia de este lugar. En el encerado quedan fijos los restos de la última
clase: operaciones simples, un dibujo primaveral y la frase de siempre, la
frase eterna por antonomasia de los párvulos, la que de alguna manera resume y
marca nuestra infancia pedagógica: "Mi
mamá me mima…"
Yo nací en un pueblo
como éste y todo el amor que supo crear en mí desde niño se me quedó dentro
para siempre. Quiero también morir en él, despacito, como queriendo aspirar
hasta el último instante su aroma. Luego que me alcen en hombros mis gentes,
como a los toreros amargamente
triunfadores, que me suban por el mismo camino que yo subí abrazando a mi
padre y a mis amigos queridos muertos, creo yo, demasiado pronto. Que me
sumerjan templando, como templan los diestros artistas, en la tierra que me vio
nacer, si es posible junto a mi padre, mirando hacia el valle y a lo mejor
entonces podré decirle cuánto le quiero; en vida no se lo dije nunca, por esas
cosas que uno jamás sabe explicarse. Si los que asistieran a mi entierro
llorasen que lo hagan en silencio, hacia adentro, bebiéndose las lágrimas.
Flores ninguna, si acaso recuerdos de las cosas y personas que siempre me
apasionaron. Luego que me dejen tranquilo, que ya estará bien. Agradeceré que
me recuerden con el cambio de estaciones pero con alegría, es más bonito y
reconfortante. Sólo eso y mi pueblo…
Miguel MORENO GONZÁLEZ
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Maestro, la fuente inagotable de sentimientos y sensaciones que albergas en tu interior no para de manar. Tú, cual pilón que recoge su caudal, te ves desbordado continuamente y riegas de palabras bellísimas todo aquello que te rodea. Los paisanos del pueblo de al lado habrán de agradecerte el generoso regalo que les haces. De momento, vaya el agradecimiento de los que tenemos la suerte y el placer de leerte. Gracias.
ResponderEliminarLuis Carlos Trijueque
Me encanta tu pueblo, le conozco de pasada un día que íbamos de Toledo camino de Ávila. Creo que comimos allí, pero después de leer esto quiero volver y pasear por esas calles estrechas y empinadas y beber agua fresca del caño... Hacer muchas fotos y quizás plasmarlas en un lienzo.
ResponderEliminarToñi Estévez
Bonito, muy bonito.. Hay que ver lo que un paseo por un pueblín solitario puede sacar de nuestro interior.. del poco aireado sótano del sentimiento.. De esa mina que, casi siempre sin ser conscientes de ello, llevamos dentro y se va enriqueciendo con la caída de hojas del calendario.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me han sorprendido las fotos de este plueblín, parece que estamos en el Bierzo.. igual estructura de casa, iguales puertas, iguales calles o callejas.. Bonito muy bonito y sentido como todo lo que escribes. Besos
ResponderEliminarChusa