viernes, 21 de octubre de 2016

fin de semana con agua...



 nos envían una carta:




A veces, cuando llueve…




A veces, cuando llueve, se sienta frente a la ventana a observar cómo las gotas golpean contra el vidrio y resbalan, dejando tras de sí dibujos sin forma. Tal vez sean unos minutos los que dedica a esa actividad, o tal vez sean unas horas. El tiempo no importa. Pero esas gotas, en realidad, tampoco importan. Es la paz lo que lo mueve a hacer eso. La paz que le transmite la lluvia, el agua en su expresión más natural. Ese mensaje húmedo de que la vida se renueva, se transforma y, sin importar lo crudo de la tormenta, en algún momento es seguro que la luz del sol volverá a verse.

 Nunca nadie entendió eso, al menos no como él lo entiende. Pero eso no lo hace sentir solo, por el contrario, lo hace sentir pleno el hecho de ser muy individual en algúno de los aspectos. Él necesita de ese sentimiento porque a veces se ve atrapado sin remedio en esa “vuelta al mundo” que es la rutina y de verdad no quiere convertirse en la sombra de algo. "Quiere ser algo". 
El tiempo no es una excusa válida para él, pero no puede evitar sentir que ya dejó ir demasiado. Por eso es que la lluvia mas le recuerda esa segunda gran oportunidad   que espera, como el sol atrapado entre las nubes, aparecerse en su camino.


Una segunda, una tercera, no importa cuántas, nunca es tarde para volver a empezar, se repite mientras la lluvia mengua y la tormenta se disipa para dejar paso a la luz solar. Pero aún no comprende que aquella rutina que lo atrapa no es casual sino resultado directo de sus propias acciones. No es como una enfermedad, que llega de repente y sin que nadie la espere, y nos acorrala y oprime hasta que encontramos el remedio o perecemos. No. Es más bien un flagelo que nosotros mismos incorporamos a nuestro sistema y al que nos aferramos con fuerza, como un alpinista a la soga que lo sostiene, por puro miedo a caer en un abismo que nos es desconocido. 



Aferrarse, es una de las actividades preferidas de cualquier ser humano. Nos aferramos a cosas tan diversas como numerosas. Nos aferramos por tantos motivos: miedo, amor, esperanza, desesperanza, odio, voluntad, perseverancia, moral, desesperación, infinitos en realidad. Lo más desalentador es que en la mayoría de los casos ni siquiera somos conscientes de ello. 
 Él tampoco. No lo sabe aún. Tal vez nunca lo sepa. Pero espera. Con la actitud del que ha lanzado el anzuelo bien por la recompensa del río. No sabe cuánto tiempo le tomará; en realidad no importa, espera. Y mientras sigue con su rutina, rezando por dentro cada día, cada hora, por no ser una sombra más de las que lo frecuentan a diario. Sin notar aun cuánto, en su actitud pasiva y resignada, de sombra tiene.


 Ahora está lloviendo. Acerca la silla a la ventana, y en silencio, observa cómo las gotas golpean el vidrio y resbalan dejando tras de sí dibujos sin forma. Será como el rastro de la lluvia. O tal vez como el sol que resurge.
 
 Las gotas no importan. El tiempo, en realidad, tampoco.

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 ver aguas y paraguas:

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