domingo, 9 de enero de 2011

AQUELLA ESCUELA DE ANTES...


AQUELLA ESCUELA DE ANTES...
En este mi empeño de retomar el pasado rebuscando entre mis recuerdos, abordo el tema de aquella escuela de antaño. Otra estampa en colores sepia de mi infancia, con sus luces y sombras, me lleva a rememorar mis propias vivencias entre aquellas viejas paredes con sus pupitres dispuestos al calor de aquella estufa de leña que parece aún esperarme.
A su llamada acudíamos sin falta, a pesar de inclemencias meteorológicas saltando charcos, subiendo cuestas y atravesando callejas; menos, confieso, algún que otro “ hacer novillos” que tuvieron justo castigo o cuando tocaba ayudar con las recolecciones que hasta ella paraba; nada de ponerse malos que para eso estaba el aceite de ricino, los purgantes o la kina. Íbamos solos, pues ya no éramos parvulitos, con nuestra reglamental bata y debajo el eterno pantalón corto y camiseta imperio con algún que otro remiendo, a aquel grupo Escolar de dos pisos; en el primero, las chicas y en el segundo, los chicos que la enseñanza no era mixta, con amplios pasillos y clases. Tenía hasta misteriosos cuartos cerrados a calicanto reservados a las colonias estivales y un enorme patio trasero con grandes árboles, largos bancos de piedra a una parte, su fuente, dos rincones para los váteres y aquel cuadro de banderas a un lado donde formábamos tarareando ininteligibles canciones hasta que el director daba orden de desfilar para entrar.

Las aulas eran como ésta. Al fondo la mesa del maestro con aquel sacapuntas de manivela que devoraba los lápices y detrás la enorme pizarra con su fecha y consigna semanal, siempre llena de ejercicios, frases y cuentas ( ¡aquello si que era trabajar!); encima la cruz y fotos de Franco y José Antonio presidiendo. Amplios ventanales a través de los que ensoñaba y veía el patio. En la pared, parca en decoraciones, no faltaba el mapa de España que servía para sacarnos fotos cuando venía el retratista (seguro, que tú también la guardas) y como mesa teníamos aquellos antológicos pupitres dobles un poco inclinados y con su tapa que daba paso a un cajón donde guardábamos los pocos pertrechos escolares de entonces que llevábamos en un hato atado o con aquella cartera de cartón. Hasta tenían una repisa con agujeros para colocar los tinteros y hendiduras para dejar lapiceros, colores y goma que siempre acababan, como divertimento, rodando hasta caer al suelo. Aquí también me toco el cambio y si bien ya había bolígrafos que por cierto enseguida se despachurraban D. Miguel, que era de la vieja escuela, nos enseñó a escribir con plumilla y tinta. Otra experiencia más de la vida sobre todo cuando saltaba el borrón y ni el papel secante lo arreglaba (¡ya sabía lo que representaba sudar tinta! )

Nuestro único libro era la enciclopedia Dalmau que lo llevaba todo ( aún la conservo) hasta que aparecieron los primeros manuales por asignaturas Alvarez. Aquellas láminas Freixas para dibujar y los cuadernos de dos rayas, el plumier de madera y el sacapuntas de orquilla, los bolis de 10 colores y los cuadernos Rubio con inacabables cuentas y muestras…
Si las figuras del pueblo eran alcalde, médico, cura y maestro, éste, era, sin duda, el más querido y respetado aunque pasara más hambre que un ídem. No sé si era por eso o por el trueque imperante, que veía a mis padres pagarle sus desvelos y repasos con una gallina, fruta, unos huevos… Su palabra iba a misa y nada de mentiras que hasta pegaban En tiempos de la letra con sangre entra no te dolía Bueno, menos cuando empleaba aquella regla de madera de metro con la que nos atizaba en la palma de la mano. Picaba lo suyo y de nada nos servían trucos como el de untarnos con ajo pues en cuanto se lo olía la sesión acababa a pescozones Y mucho peor era el eterno castigo de ponerte de rodillas en un rincón y con los brazos en cruz con libros y orejas de burro. Y no pasaba nada pues pobre de tú si en casa se enteraban. Cantábamos las tablas de multiplicar y citábamos listas de reyes godos, leíamos las vidas ejemplares … Cuando nos preguntaban, nos ponía en fila y si no sabías la respuesta ibas al final, a la repesca, con el miedo de saber que si volvías a fallar tocaba solfa. Éramos buenos y malos; unos pasaban y otros renunciaban o los sacaban de la escuela para ir a trabajar en el campo. Nadie iba por eso a un psicólogo o denunciaba. Monotonía tras los cristales de Machado que sólo se rompía con alguna que otra visita o solemnidad: Mes de mayo, llegada del inspector y muestra de trabajos y tablas gimnásticas, formación en la plaza del pueblo para recibir a tal o cual personaje... Y me viene a la memoria, como no, aquella leche de los americanos y las cajas de libros de regalo

Recuerdo, con mucho cariño, a Don José con su mapa en relieve y murales y las aventuras que nos contaba dándole vueltas a la bola del mundo; siempre inventando actividades para que investigáramos. Y aquellas sesiones de filminas en las que me pedía poner voz. Llegué a ser de su confianza y me mandaba a la posada donde se alojaba a que le trajera el bocadillo o me encargaba de vigilar que a la estufa no le faltara leña
Lo mejor era, por supuesto, el tiempo del recreo con sus juegos, sin máquinas ni guión, de perseguirnos, saltar la comba; las cuatro esquinas, el churro va, rayuela…y el sempiterno fútbol con portería entre dos chaquetas o árboles Vuelvo a escuchar, otra vez el poeta, los cantos de viejas cadencias que los niños cantan cuando en corro juegan: el corro la patata, el patio de mi casa, el cocherito leré, que llueva que llueva..






Hora de salida y allá nos veías en estampida prestos a romper el silencio de las calles dejando triste y sola a la escuela Merienda a base de pan con aceite, Tulicrem o chocolate Montesión y nos desperdigábamos en ese mundo inseguro (¿cómo era posible?) por heras, río y vericuetos varios Entonces no había televisión o había que ir a casa de la vecina a verla, como mucho, hasta que salía lo de vamos a la cama que hay que descansar.
Debo, a aquella escuela, el hábito de leer. Me descubrió al libro como el amigo fiel a mis soledades y ensoñaciones. Vivir en un pueblo, en contacto directo con la naturaleza que otro tanto me enseñaría, fue una suerte. Ambos prepararían mi lanzamiento en lo que vendría. Volví, años después, para hacer mis prácticas de maestro entre aquellos muros y nuevos rostros. Resultó el feliz reencuentro y ánimo para mi faena futura.
¡Gracias, Escuela de la Vida!


Francisco Torralba Lopez
ftorri@yahoo.es
http://www.rincondelayer.blogspot.com/

2 comentarios:

  1. Que comentario mas bonito de la escuela,yo recuerdo a todas mis maestras,que en mi época,cambiaban con mucha frecuencia ;pero las recuerdo a todas con mucho cariño,sobre todo a doña Maria,que por suerte ha vivido en Alicante y la visité varias veces.Yo conservo mi enciclopedia de Dalmau Carles,la guardo como oro en paño,(como se suele decir)y algunos libros de los pocos que teníamos entonces,de vez en cuando les doy un repaso y me sirven de recordatorio,un recuerdo muy agradable,porque al mismo tiempo recuerdo a todas mis queridas amigas.También recuerdo algunos castigos que nos ponian,sobre todo uno que por no saber las bienaventuranzas, comimos a las cinco de la tarde,cuando salimos de la escuela,entonces como niños no lo pasamos muy bién;pero ahora lo recuerdas,incluso con cariño.Bueno ,esto es un poco rollo;pero son vivencias que uno ha tenido y no pueden quedar en el olvido....Un saludo muy cariñoso JUANY

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  2. Tengo 72 años y he revivido completamente aquellos años, la escuela Doña Rosita la maestra, los niños separados de las niñas, el cuello duro del uniforme negro con unlazo rojo que hacía mas llevadero lo lóbrego del ambiente y la competencia por gustar a los muchachos y ser de las mejores en el grupo gracias por hacernos revivir aquellos tiempos

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