LA CARA AMARGA DEL AMOR
La
mañana amaneció primaveral pero con ese calor que presagia el inminente verano.
Rodrigo se refrescó y miró en el espejo donde examinó los estragos que el
tiempo iba ocasionando en su rostro. En ese instante le sorprendió la idea de
que Noemi sintiera atracción por él. Ella era simpática, guapa, culta y muy
agradable al trato y él, por el contrario, era lo que puede decirse un
conflicto permanente. Se ilusionó pensando que algo positivo tendría cuando
ella decía quererle.
Aquel día estaba optimista gracias a la
llamada que la noche anterior le hizo Noemi. No obstante, hubo frases que no
entendió muy bien. Ella estaba algo nerviosa y le citó para hablarle esa misma
tarde. Él no consideró que esa llamada llevara aparejada mensaje negativo
alguno.
Cuando apareció, la sola contemplación de su cara le confirmó que la
noticia sería desagradable. Instintivamente puso en marcha un mecanismo de
defensa mil veces meditado para afrontar situaciones adversas. Ella fue
lacónica a la vez que rotunda cuando le comunicó su decisión de acabar con
aquella relación. Rodrigo sintió que un sudor angustioso recorría todo su
cuerpo empapándole de decepción; de nada sirvió su cacareado mecanismo de
auxilio que le dejaba indefenso ante ese demoledor e inesperado ataque.
Observó esparcidos por el suelo infinidad de trocitos relucientes de
amor rotos como si de un espejo se tratara. Su expresión también se rompió
mirando lo que imaginaba como restos de una batalla de amor intensa y gloriosa
que Rodrigo, una vez más, había perdido. El perdedor, razonó, recibe siempre
los filamentos agudos e hirientes de amargura que van a clavarse, cuentan, en
el corazón y le deja a uno desmadejado y, fundamentalmente, con cara de
gilipollas.
Rodrigo pensó en susurros que el dolor se convertía en ese preciso
momento en el máximo protagonista de su historia de amor y reconocía que querer
a veces también es llorar. El amor edificado sobre los residuos dolientes de
otro amor es el más ingrato, el más desleal de todos los amores, concluyó.
Al marcharse, ella dejó una
estela de besos con olor a jazmines que él supo rebrotarían en esas noches
nostálgicas que hacen del amor una caricia inolvidable. Siguió aquel rastro con
mirada melancólica animándose a sí mismo y reflexionando que los finales nunca
existen. Son inicios pintados con distinto color.
Miguel
MORENO GONZÁLEZ
Qué puñaladas da el amor. Muy bonito, Miguel.
ResponderEliminarUn abrazo. Luis Carlos.
Preciosa historia de desamor
ResponderEliminarNo es lo tuyo escribir sobre amor ajeno... No te salen las palabras ni del estómago ni del corazón. Pero después de esta crítica te diré que el texto es bonito.
ResponderEliminarChusa Alonso