Me corto la coleta
Puede parecer pretencioso servirme de esta frase, reservada para los que
del enfrentamiento con el toro han hecho su oficio, pero permítaseme la
licencia de utilizar esta metáfora para dar por concluida la actividad
de este blog, que naciera como continuación de otro que ha cumplido diez
años. Ni siquiera he esperado a terminar la temporada y mira que ya
está a punto de echar el cierre.
No ha sido una decisión meditada, más puede tacharse de un arrebato que
surgió en plena redacción de la entrada sobre la corrida del pasado
domingo, que ha quedado así como puede leerse. El toro se fue para el
corral y don Venteño se quedó con la palabra en la boca. Quizás
sea injusto no darle digna sepultura y dejarle vagando como fantasma por
la blogosfera, pero él sabrá perdonármelo.
Comentar cada festejo, seleccionar y editar las fotografías, redactar
sus pies y ofrecer un cuadro de valoración del comportamiento de cada
toro, lleva demasiado tiempo y quizás haya pesado hacerlo durante muchos
años. Quizás, pero no puedo asegurar que ése sea el motivo. En
cualquier caso no voy a perder un minuto en darlo vueltas.
Un programa chivato me dice que he tenido pocos pero muy fieles
lectores. Nunca he pretendido aumentar mi audiencia, ni poniendo enlaces
en las redes sociales (de hecho, solo tenía Facebook y hace un año lo
abandoné) ni toreando para la galería. Lo que he publicado era
para mí, y ofrecido a aquellos que pudieran tener alguna sintonía con mi
forma de ver la Tauromaquia. En realidad, nunca me han gustado los
populismos y la gran audiencia suele estar reñida con la calidad y el
mérito. Algunos de esos lectores fieles me han felicitado personalmente
por una u otra cosa del blog, y a ellos quedo muy agradecido.
A partir de ahora dedicaré ese tiempo que me llevaba el blog a otros
afanes, y mi forma de vivir la Tauromaquia irá por otros derroteros, que
desconozco. La incertidumbre tiene ese punto de emoción que hoy no
tiene una corrida de toros, será por estar acorde con los tiempos del
pensamiento uniforme.
Perdone el lector que haya aflorado el YO en esta entrada, y el
encantado de haberme conocido, pero alguna vez tenía que darme ese
capricho de halagar mi ego y darme un poco de pisto, solo sea en esta
despedida. Hasta voy a terminar con una fotografía mía, eso sí de
espaldas, algo que no sera fácil de encontrar para quien busque otra en
este blog, un blog que podrá seguir consultándose, por si alguien está
interesado en algún dato o en alguna mala fotografía.
Hasta siempre, amigos.
La coleta salinera que me corto, vista por un grande de la fotografía: Rafa Carlevaris
. . . . . .
¡VA POR TI,
JOSÉ LUIS!
José Luis: Entiendo perfectamente tu
postura ante la tauromaquia que padecemos. Ya hemos hablado animadamente sobre
el particular y te he hecho también partícipe de mi desencanto taurino. Yo
empecé con mi afición muy joven, siendo un niño de 8 o 9 años mi abuelo ya me llevaba a ver los toros de
Santiago Abad cuando íbamos a la
viña cercana de “El Torreón”. Anecdóticamente
recuerdo la confirmación de alternativa de “El
Cordobés” en el año 1964 con “Pedrés” y “Palmeño” en el cartel lidiando toros de Benitez Cubero. La corrida fue televisada y algunos datos de aquel
festejo están aún frescos en mi memoria. Fue una tarde obscura, tormentosa… de
esas que no me gustan ni un pelo. La vi en la televisión -blanco y negro- en
casa de Joselito, junto a su mujer e hijas, Mari y Tina, que entonces vivían al lado del bar “Pepillo”. Aquella corrida había
levantado una gran expectación en la
España de Franco, del “600”,
del Dúo Dinámico y de complots
judeo-masónicos al uso. Desde entonces no cejé en mi fervor por el toreo.
Compraba revistas taurinas y devoraba literalmente sus contenidos: Dígame, El Burladero, El Ruedo, El Trapío…
Después comencé a adquirir libros mientras intentaba colarme en las tertulias
de los expertos o escuchaba a los más veteranos en los quioscos de la explanada
de Las Ventas. Rompí (como los
toreros) tímidamente a emborronar cuartillas con más arrebato que conocimientos
(siempre he tenido más de lo primero que de lo segundo) y, no se me olvida, que
mi primer abono para San Isidro lo conseguí
en 1977. En 1980 nos marchamos a Argelia
y durante los casi seis años que residí allí parte de mis vacaciones las tomaba
en mayo para asistir puntual y entusiasta a la Feria de San Isidro madrileña.
A la vuelta de
Argel, en 1986, experimenté un nuevo impulso en mi afición, posiblemente el
más intenso en mi dilatada vida de “amante taurófilo”. Me animé a hacer radio en Cadalso junto a otros entusiastas y jóvenes aficionados (“Paquillo”, Roberto, Rufino…) y fui
confeccionando las reseñas de los festejos cadalseños con el afán de aprender
(y aprehender) y así motivar a mi entorno en el conocimiento de la tauromaquia. Durante las tardes veraniegas de
los domingos de aquellos años me trasladaba con mis hijos pequeños y mi mujer desde
Cadalso a Madrid con el único
propósito de asistir a la corrida de Las
Ventas. Cuando nuestras posaderas reposaban en los asientos de granito,
estos ardían como sólo deben hacerlo en el averno. Aquellas tardes vi desfilar
a muchos toreros desheredados de la gloria pero que llamaban poderosamente mi
atención: Bernadó, José Luis Parada, “Marismeño”,
Rafael Torres, Luis de Pauloba, Bote, Román Lucero… ante toros de
ganaderías encastadísimas. Bajaba al patio de cuadrillas para ver llegar y
partir a mis héroes por antonomasia: los
toreros. Las Ferias de San Isidro
de entonces las vivía con dedicación plena. Asistía a los apartados del
mediodía, luego a la corrida y a la salida de los toros las cañas y los cambios
de impresiones con los aficionados eran obligados hasta acabar en los coloquios
de Alfonso Navalón en el Hogar de Ávila de la Calle Galileo, o
bien en el diario Pueblo de la calle Huertas… Más
de una madrugada esperaba a Alfonso
y seguíamos los coloquios por nuestra cuenta acompañados de otros
incondicionales y de cubatas, muchos cubatas...
A mediados de
los noventa pasé toda una semana de julio con Rafael de Paula en Sanlúcar
en lo que ha sido una de las experiencias toreras más maravillosas de mi vida.
Acompañé a críticos como M.A. Moncholi
en charlas-coloquios que éste ofrecía en Cenicientos.
Los días que él no podía asistir a la corrida me rogaba que reseñara el festejo
de la tarde para, posteriormente, en el Hogar
del Jubilado, sirvieran de punto de arranque a las mencionadas charlas
taurinas que patrocinaba el Ayuntamiento.
Estoy viendo ahora la mirada feliz y sonriente que mi hija Berta (seis años) me lanzaba desde su asiento hasta mi estrado en
aquellas atardecidas coruchas. He asistido a innumerables presentaciones,
charlas, tesis, lecciones magistrales… Hasta subí tres veces al palco cadalseño
y me publicaron algún que otro artículo taurino. Todo ello relacionado con este
mundo al que Antonio Gala definió
como “una hermosa carnicería”.
A finales de
los noventa empezó mi declive como
aficionado. Me fui cansando según comprobaba que los derroteros que tomaba el
espectáculo no eran los que me gustaban y que, a mi entender, sumían al mismo
en la decadencia más vulgar (salvo honrosas excepciones). La experiencia
acumulada desde tan jovencito me hacía ver las cosas desde otras perspectivas.
En la actualidad me sigo entusiasmando (pocas veces, esa es la verdad) pero no
puedo evitar que me domine una especie de melancólico hastío que hace que
observe este planeta desde una
prudencial distancia que protege y no hiere mis emociones. A veces yo mismo
(igual que Paloma) me sorprendo al
ver cómo degeneró mi ardor taurino… Por eso cuando me encuentro con gente como J.L. Acuña, Jorge, o los componentes de la Asociación Taurina Cadalseña, brota algo bonito dentro de mí que no
es, ni más ni menos, que los rescoldos de lo que un día fue una luminaria apasionada.
Las pasiones son necesarias, nos ayudan a llenar nuestra existencia de bellos sentimientos.
Todo este
prólogo tiene como conclusión el trasladarte, José Luis, mi comprensión; quiero que sepas que te entiendo, pero
también lamento tu decisión porque con tu prosa docta, tu hablar elocuente y tu
presencia de ánimo sosegada ponías lógica y coherencia donde la mayoría
deposita sus bastardos intereses. Servidor, gracias a ti, volvía a recuperar
sensaciones placenteras que me enganchaban de nuevo a esta magia torera que
sobresalta mi espíritu. Comprobaba que aún me quedaban muchas cuestiones por
descubrir como tú las descubres irradiándomelas de forma cariñosa y culta.
Hacen falta muchas personas como tú en el toreo y en la vida. Alguien que
nos enseñe a penetrar en las cosas que nos apasionan desde el análisis racional
y la formación cultural necesaria para no quedarnos en la superficie, en los
atisbos del conocimiento, sino que nos hagan profundizar en nuestros
entusiasmos para sacar los mejor de ellos: esa emoción que nos da de vivir.
Ya ves que tu decepción
me es muy cercana y, seguramente, ahora -más que nunca- entenderás esos
comentarios desilusionados que te hacía por las “expendedurías” cadalseñas
sobre este mundo que vegeta abandonado a su irremisible declinar. Pero te
admiro y te profeso un sincero cariño, José
Luis. Tienes unos valores humanos que a las personas de mi onda nos ayudan a seguir. No dejas nada
a su libre albedrío, procuras siempre ahondar en su conocimiento para opinar
con suficiente conocimiento de causa. Y eso te dignifica como hombre
comprometido en la búsqueda de la justicia y la verdad desde tus principios
irrenunciables de humanista (y aficionado taurino) convencido. Un montón hacía
que ni escribía ni me paraba a meditar sobre el toreo. Vaya a tu favor que
supiste engancharme de nuevo, que me hiciste pensar y esperar con esperanza en
esas tardes que intuyes que cualquier indicio nimio que sientes dentro de ti es
presagio seguro de emoción ante torerías celestiales venideras. Y es que en ciertas
tardes como ésas, uno espera igual que aguarda enamorado a la mujer amada para
entre caricias y susurros abrir tu corazón a la felicidad.
Yo te seguiré
fiel, encaramado solitario en mi puesto de vigía. Como un Rodrigo de Triana gritaré presto y jubiloso a los cuatro vientos
tus “nuevos avistamientos” para
general conocimiento y solaz de los navegantes. Nos reuniremos alborozados y buscaremos
esos alientos tímidos -como tú- y emotivos que tan bien sabes introducir entre
las letras para que los encontremos quienes te admiramos y, de esta forma, sentir
ese cosquilleo tan especial en nuestro interior. Ese interior mío se desgarra
con tu noble presencia, tu mirada apacible y tu sonrisa romántica, conciliadora,
que tiene el don de transmitir confianza a tus interlocutores. Tus
conversaciones me recluyen en un entorno placentero en el que me siento flotar
según me portan entre las nubes cadalseñas. Allí haces posible querer a cuanto
hablas y escribes. Allí repartes ternura con esa expresión tuya que te brota
suave desde el filón donde fabricas la amistad y el amor. Desde allí te acerco
este brindis y admirado ante ti proclamo: ¡¡¡Va
por ti, José Luis, maestro y amigo!!!
Miguel MORENO
GONZÁLEZ
Elocuente y bonito y merecido homenaje a José Luís
ResponderEliminarCadalseños como Miguel y José Luís me hacen sentirme orgulloso de mi pueblo y mi gente
ResponderEliminarMuchas gracias, Ángel, por tus bonitas palabras. Yo no quería hacer más ruido que la discreta despedida en mi blog, pero Miguel es hombre de cariño expansivo y ha querido airearlo en este entrañable blog cadalseño.
ResponderEliminarUn muy cordial saludo.
JODER, Carlos,que susto, creía que te ibas
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