AQUELLA ESCUELA DE ANTES...
En este mi empeño de retomar el pasado rebuscando entre mis recuerdos, abordo el tema de aquella escuela de antaño. Otra estampa en colores sepia de mi infancia, con sus luces y sombras, me lleva a rememorar mis propias vivencias entre aquellas viejas paredes con sus pupitres dispuestos al calor de aquella estufa de leña que parece aún esperarme.
A su llamada acudíamos sin falta, a pesar de inclemencias meteorológicas saltando charcos, subiendo cuestas y atravesando callejas; menos, confieso, algún que otro “ hacer novillos” que tuvieron justo castigo o cuando tocaba ayudar con las recolecciones que hasta ella paraba; nada de ponerse malos que para eso estaba el aceite de ricino, los purgantes o la kina.
Íbamos solos, pues ya no éramos parvulitos, con nuestra reglamental bata y debajo el eterno pantalón corto y camiseta imperio con algún que otro remiendo, a aquel grupo Escolar de dos pisos; en el primero, las chicas y en el segundo, los chicos que la enseñanza no era mixta, con amplios pasillos y clases. Tenía hasta misteriosos cuartos cerrados a calicanto reservados a las colonias estivales y un enorme patio trasero con grandes árboles, largos bancos de piedra a una parte, su fuente, dos rincones para los váteres y aquel cuadro de banderas a un lado donde formábamos tarareando ininteligibles canciones hasta que el director daba orden de desfilar para entrar.
Las aulas eran como ésta. Al fondo la mesa del maestro con aquel sacapuntas de manivela que devoraba los lápices y detrás la enorme pizarra con su fecha y consigna semanal, siempre llena de ejercicios, frases y cuentas ( ¡aquello si que era trabajar!); encima la cruz y fotos de Franco y José Antonio presidiendo. Amplios ventanales a través de los que ensoñaba y veía el patio. En la pared, parca en decoraciones, no faltaba el mapa de España que servía para sacarnos fotos cuando venía el retratista (seguro, que tú también la guardas) y como mesa teníamos aquellos antológicos pupitres dobles un poco inclinados y con su tapa que daba paso a un cajón donde guardábamos los pocos pertrechos escolares de entonces que llevábamos en un hato atado o con aquella cartera de cartón.
Hasta tenían una repisa con agujeros para colocar los tinteros y hendiduras para dejar lapiceros, colores y goma que siempre acababan, como divertimento, rodando hasta caer al suelo. Aquí también me toco el cambio y si bien ya había bolígrafos que por cierto enseguida se despachurraban D. Miguel, que era de la vieja escuela, nos enseñó a escribir con plumilla y tinta. Otra experiencia más de la vida sobre todo cuando saltaba el borrón y ni el papel secante lo arreglaba (¡ya sabía lo que representaba sudar tinta! )
Nuestro único libro era la enciclopedia Dalmau que lo llevaba todo ( aún la conservo) hasta que aparecieron los primeros manuales por asignaturas Alvarez. Aquellas láminas Freixas para dibujar y los cuadernos de dos rayas, el plumier de madera y el sacapuntas de orquilla, los bolis de 10 colores y los cuadernos Rubio con inacabables cuentas y muestras…
Si las figuras del pueblo eran alcalde, médico, cura y maestro, éste, era, sin duda, el más querido y respetado aunque pasara más hambre que un ídem. No sé si era por eso o por el trueque imperante, que veía a mis padres pagarle sus desvelos y repasos con una gallina, fruta, unos huevos… Su palabra iba a misa y nada de mentiras que hasta pegaban En tiempos de la letra con sangre entra no te dolía Bueno, menos cuando empleaba aquella regla de madera de metro con la que nos atizaba en la palma de la mano. Picaba lo suyo y de nada nos servían trucos como el de untarnos con ajo pues en cuanto se lo olía la sesión acababa a pescozones
Y mucho peor era el eterno castigo de ponerte de rodillas en un rincón y con los brazos en cruz con libros y orejas de burro. Y no pasaba nada pues pobre de tú si en casa se enteraban. Cantábamos las tablas de multiplicar y citábamos listas de reyes godos, leíamos las vidas ejemplares … Cuando nos preguntaban, nos ponía en fila y si no sabías la respuesta ibas al final, a la repesca, con el miedo de saber que si volvías a fallar tocaba solfa. Éramos buenos y malos; unos pasaban y otros renunciaban o los sacaban de la escuela para ir a trabajar en el campo. Nadie iba por eso a un psicólogo o denunciaba. Monotonía tras los cristales de Machado que sólo se rompía con alguna que otra visita o solemnidad: Mes de mayo, llegada del inspector y muestra de trabajos y tablas gimnásticas, formación en la plaza del pueblo para recibir a tal o cual personaje... Y me viene a la memoria, como no, aquella leche en polvo de los americanos , el queso amarillo y las cajas de libros de regalo...
Recuerdo, con mucho cariño, a Don José con su mapa en relieve y murales y las aventuras que nos contaba dándole vueltas a la bola del mundo; siempre inventando actividades para que investigáramos. Y aquellas sesiones de filminas en las que me pedía poner voz. Llegué a ser de su confianza y me mandaba a la posada donde se alojaba a que le trajera el bocadillo o me encargaba de vigilar que a la estufa no le faltara leña
Lo mejor era, por supuesto, el tiempo del recreo con sus juegos, sin máquinas ni guión, de perseguirnos, saltar la comba; las cuatro esquinas, el churro va, rayuela…y el sempiterno fútbol con portería entre dos chaquetas o árboles Vuelvo a escuchar, otra vez el poeta, los cantos de viejas cadencias que los niños cantan cuando en corro juegan: el corro la patata, el patio de mi casa, el cocherito leré, que llueva que llueva..
En este mi empeño de retomar el pasado rebuscando entre mis recuerdos, abordo el tema de aquella escuela de antaño. Otra estampa en colores sepia de mi infancia, con sus luces y sombras, me lleva a rememorar mis propias vivencias entre aquellas viejas paredes con sus pupitres dispuestos al calor de aquella estufa de leña que parece aún esperarme.
A su llamada acudíamos sin falta, a pesar de inclemencias meteorológicas saltando charcos, subiendo cuestas y atravesando callejas; menos, confieso, algún que otro “ hacer novillos” que tuvieron justo castigo o cuando tocaba ayudar con las recolecciones que hasta ella paraba; nada de ponerse malos que para eso estaba el aceite de ricino, los purgantes o la kina.
Íbamos solos, pues ya no éramos parvulitos, con nuestra reglamental bata y debajo el eterno pantalón corto y camiseta imperio con algún que otro remiendo, a aquel grupo Escolar de dos pisos; en el primero, las chicas y en el segundo, los chicos que la enseñanza no era mixta, con amplios pasillos y clases. Tenía hasta misteriosos cuartos cerrados a calicanto reservados a las colonias estivales y un enorme patio trasero con grandes árboles, largos bancos de piedra a una parte, su fuente, dos rincones para los váteres y aquel cuadro de banderas a un lado donde formábamos tarareando ininteligibles canciones hasta que el director daba orden de desfilar para entrar.
Las aulas eran como ésta. Al fondo la mesa del maestro con aquel sacapuntas de manivela que devoraba los lápices y detrás la enorme pizarra con su fecha y consigna semanal, siempre llena de ejercicios, frases y cuentas ( ¡aquello si que era trabajar!); encima la cruz y fotos de Franco y José Antonio presidiendo. Amplios ventanales a través de los que ensoñaba y veía el patio. En la pared, parca en decoraciones, no faltaba el mapa de España que servía para sacarnos fotos cuando venía el retratista (seguro, que tú también la guardas) y como mesa teníamos aquellos antológicos pupitres dobles un poco inclinados y con su tapa que daba paso a un cajón donde guardábamos los pocos pertrechos escolares de entonces que llevábamos en un hato atado o con aquella cartera de cartón.
Nuestro único libro era la enciclopedia Dalmau que lo llevaba todo ( aún la conservo) hasta que aparecieron los primeros manuales por asignaturas Alvarez. Aquellas láminas Freixas para dibujar y los cuadernos de dos rayas, el plumier de madera y el sacapuntas de orquilla, los bolis de 10 colores y los cuadernos Rubio con inacabables cuentas y muestras…
Si las figuras del pueblo eran alcalde, médico, cura y maestro, éste, era, sin duda, el más querido y respetado aunque pasara más hambre que un ídem. No sé si era por eso o por el trueque imperante, que veía a mis padres pagarle sus desvelos y repasos con una gallina, fruta, unos huevos… Su palabra iba a misa y nada de mentiras que hasta pegaban En tiempos de la letra con sangre entra no te dolía Bueno, menos cuando empleaba aquella regla de madera de metro con la que nos atizaba en la palma de la mano. Picaba lo suyo y de nada nos servían trucos como el de untarnos con ajo pues en cuanto se lo olía la sesión acababa a pescozones
Y mucho peor era el eterno castigo de ponerte de rodillas en un rincón y con los brazos en cruz con libros y orejas de burro. Y no pasaba nada pues pobre de tú si en casa se enteraban. Cantábamos las tablas de multiplicar y citábamos listas de reyes godos, leíamos las vidas ejemplares … Cuando nos preguntaban, nos ponía en fila y si no sabías la respuesta ibas al final, a la repesca, con el miedo de saber que si volvías a fallar tocaba solfa. Éramos buenos y malos; unos pasaban y otros renunciaban o los sacaban de la escuela para ir a trabajar en el campo. Nadie iba por eso a un psicólogo o denunciaba. Monotonía tras los cristales de Machado que sólo se rompía con alguna que otra visita o solemnidad: Mes de mayo, llegada del inspector y muestra de trabajos y tablas gimnásticas, formación en la plaza del pueblo para recibir a tal o cual personaje... Y me viene a la memoria, como no, aquella leche en polvo de los americanos , el queso amarillo y las cajas de libros de regalo...
Recuerdo, con mucho cariño, a Don José con su mapa en relieve y murales y las aventuras que nos contaba dándole vueltas a la bola del mundo; siempre inventando actividades para que investigáramos. Y aquellas sesiones de filminas en las que me pedía poner voz. Llegué a ser de su confianza y me mandaba a la posada donde se alojaba a que le trajera el bocadillo o me encargaba de vigilar que a la estufa no le faltara leña
Lo mejor era, por supuesto, el tiempo del recreo con sus juegos, sin máquinas ni guión, de perseguirnos, saltar la comba; las cuatro esquinas, el churro va, rayuela…y el sempiterno fútbol con portería entre dos chaquetas o árboles Vuelvo a escuchar, otra vez el poeta, los cantos de viejas cadencias que los niños cantan cuando en corro juegan: el corro la patata, el patio de mi casa, el cocherito leré, que llueva que llueva..
Hora de salida y allá nos veías en estampida prestos a romper el silencio de las calles dejando triste y sola a la escuela Merienda a base de pan con aceite, Tulicrem o chocolate Montesión y nos desperdigábamos en ese mundo inseguro (¿cómo era posible?) por heras, río y vericuetos varios Entonces no había televisión o había que ir a casa de la vecina a verla, como mucho, hasta que salía lo de vamos a la cama que hay que descansar.
Debo, a aquella escuela, el hábito de leer. Me descubrió al libro como el amigo fiel a mis soledades y ensoñaciones. Vivir en un pueblo, en contacto directo con la naturaleza que otro tanto me enseñaría, fue una suerte. Ambos prepararían mi lanzamiento en lo que vendría. Volví, años después, para hacer mis prácticas de maestro entre aquellos muros y nuevos rostros. Resultó el feliz reencuentro y ánimo para mi faena futura.
¡Gracias, Escuela de la Vida!
Francisco Torralba Lopez
-------------------------------
P.D.LIBROS PARA RECORDAR
D. ANTONIO ÁLVAREZ
Antonio Álvarez escribió una enciclopedia que fue libro de texto de ocho millones de niños, de 1954 a 1966.
Don Antonio Álvarez
era un joven maestro en Zamora, número dos de promoción, años cuarenta,
que echaba en falta un buen libro de texto para sus pupilos. La materia
se la sabía. Historia y lengua tenía. Le fallaba el método, a él y a
todos los maestros de España en posguerra. Fue don Antonio el más rápido
en descubrirlo: resúmenes y ejercicios. Se puso a ello. De cinco de la
mañana a diez, 17 horas de trabajo rendido. La casa Elma de Zamora, luego Miñón en Valladolid, lo editaron: Enciclopedia Álvarez,
intuitiva, sintética y práctica, primer, segundo y tercer grado e
iniciación profesional. Fueron los libros de texto de ocho millones de
niños en las escuelas patrias, del 54 al 66. Las ediciones se agotaban a
la puerta de la imprenta, 80% del mercado. Fue también don Antonio el
más hábil al hacerlo: "O decías lo que ellos querían o le encargaban a
otro la tarea". Varios viajes a Madrid, añadiendo letra sobre la gloria
del Alzamiento y el horror de la República. Los malos eran rojos y
encarnadas las amapolas.
---------------------------------------------
Emotiva entrada a más no poder...¡Madre mía! Recordando la precariedad de todo lo que se cuenta aquí, uno no se explica como en tan poco tiempo el cambio ha sido tan monumental. Si nos hubieran hablado entonces de las conquistas de los ordenadores actuales, le hubiéramos tachado de loco de atar... ¡A Ciempozuelos o a Leganés le hubiéramos mandado!
ResponderEliminarMuy bonito Carlos, muchas gracias.
Miguel Moreno González