Peña Muñana Si quieres llegar a la cima como un joven , asciende como un viejo..........
Una cosa son los libros y otra la vida. Uno en la escuela no aprende a mirar. En cambio mi padre sí me enseñó a mirar, que hay cosas que uno tiene delante de las narices y, por lo que sea, no las ve. Por él supe que nuestro pueblo era hermoso, que ojeando desde lo alto de la Peña Muñana veíamos los tejados de Cadalso y, alrededor, los grupos de pinos. Y abajo, en el valle, el arroyo Tórtolas espejeando, acompañado por dos filas de chopos empinándose a sus flancos. Y arriba, en Rozas, los cerros llenos de castaños. Y, a su izquierda, según mirábamos de frente, Lancharrasa dónde van a cazar los cadalseños el día de La Caza de Devotos, por Carnaval. Luego, tal que a mano derecha, entre la arboleda del monte, estaba una pequeña y solitaria casa de piedra. Y, en el centro de todo, la iglesia majestuosa y, por encima suya, las tapias del campo santo, las que desmontamos el día de la cantea grande los chicos de “La Plazolilla” contra los de “La Plaza”. Y, dentro del cementerio, asomaban irguiéndose hacia el cielo, tres cipreses verdes que acompañan a nuestros paisanos y que si soplaba el cierzo se cimbreaban tristes como juncos. Y, si girábamos sobre nosotros mismos, veíamos El Valle de las Culebras y El Venero, ceñido todo por retamas, jaras y pinos enormes. Llegado a este punto yo me sentía flotar e imaginaba que me lanzaba al vacío para sobrevolar feliz, junto a entrañables pájaros de plumas y metales, ese paraje fascinante.
Según me mostraba todo aquello él me hablaba y me animaba -o se animaba él-, diciéndome que en el fondo la vida siempre te ofrece motivos para vivirla y admirarla y que por eso –explicaba- pronto volvería la intensidad de la existencia de la mano de la primavera y se nos renovarían un montón de historias que creíamos perdidas u olvidadas. Después el bochornoso calor del verano nos obsequiaría con esas tardes en las que siempre acababa naciendo un nuevo amor. Más tarde el tenue sol otoñal se reflejaría sobre las doradas hojas que nos aguardarán rilando en el suelo, como si se hubieran desprendido de nuestras almas. Y por fin, de nuevo, el invierno arroparía nuestras euforias con su manto de realidad sobrecogedora. Entonces, una vez más, volveríamos a acordarnos de aquéllos que le dan a nuestra vida comprensión y cariño mientras dialogamos y tomamos alguna determinación cualquier atardecida de este ciclo mágico y desolado que es la vida. Yo aprendí estas cosas gracias a mi padre, y lo podéis creer o no que sois muy libres, pero ahora, sólo de verlo yo me siento como otro, hay días a saber por qué, que hasta me vienen las ganas de llorar y todo.
autor: Miguel Moreno González
Me gusta esta página. Su creador apunta nobles fines a la par que un fino sentido del humor. Y ahí están, Maestro, tus siempre bellas palabras enriqueciendo ya desde su génesis este blog.
ResponderEliminarOjalá se pueble de colaboraciones tan interesantes como inteligentes, manteniéndose al margen los metepatas y tuercebotas que con frecuencia hacen gala de su analfabetismo y rencores en lugares como éste, ensuciándolos y degradándolos con sus rebuznos virtuales.
Suerte, D. Miguel
Luis Carlos
También tenemos gente (aunque no lo parezca por la imagen que nos dan otros...) inteligente, humana y discreta.
ResponderEliminarMiguel
Pues como dice Luis Carlos, ojalá no aparezcan en este lugar aquellos que solo saben ver la parte fea de las cosas y de la vida, y podamos seguir disfrutando de la limpieza de los pensamientos de Miguel y su magnífica forma de ponerlos por escrito.
ResponderEliminarFelicidades Miguel. Un abrazo.
Pepe.