jueves, 21 de enero de 2010

QUINTA AVENIDA de New York...

Quinta Avenida....

Es una foto crepuscular, de esas que nunca te dejan indiferente por lo amarillentas que aparecen ante tus ojos, aunque para mí, la verdad, las fotos siempre terminan por ser recuerdos anudados a mi imaginación.

Creo que es James Dean paseando solo un atardecer lluvioso por la que supongo es la Quinta Avenida -¿o no?-

Yo es que únicamente conozco Nueva York desde el Empire State Building, al que subí una nevada nochebuena que se va haciendo vieja –lo más parecido en Cadalso es la Peña Muñana, con sus vistas apacibles que recomiendo contemplar en primavera-.
Será por eso que a veces tengo lapsus visuales (y de los otros), pido disculpas por mi atrevida ignorancia a aquéllos que conocen de verdad estas cosas. James va con una gabardina –como yo iría en Cadalso por la calle San Antón-; las solapas subidas y la moral baja –casi como estoy yo en mis desamparadas noches en “Utopía”-; un cigarrillo en los labios –yo nunca lo llevaría- y su cuerpo ligeramente encorvado –yo, además, iría con las manos agarradas detrás de la espalda-. Tras él, a su derecha, riela, en el asfalto brillante, la marquesina iluminada del cine Astor anunciando Veinte mil leguas de Viaje Submarino -que conste que me lo han traducido-. Dean parece un modelo con un desaliño elegante y con muchísima más clase y estilo -¡dónde va a parar!-, que estos que están en boga actualmente exhibiendo su patética vulgaridad en la colección de otoño-invierno. ¡Ah, el otoño… con sus amores marchitos!
Su enigmática mirada se dirige hacia el Oeste –que según Garci es por donde sale el sol de las Estrellas del Celuloide-, lleva unos ojos que parecen abandonados al amor de una mujer con sabor a Don Pereignon o a la amistad entre un hombre y una mujer que es algo demasiado hermoso o demasiado decente para ser real.
En cualquier caso existen mujeres que te dejan malherido de por vida y ya no vuelves a reírte del todo… Su cara refleja los recuerdos del “LP” “Puente sobre Aguas Turbulentas” de Simon y Garfunkel; de películas en cinemascope en cines con pantalla grande y a todo color –como en los inviernos las echaban en el Condestable cadalseño-; de calendarios con chicas semidesnudas mezcladas entre colores chillones que devorábamos a hurtadillas y con ansia en la última fila de la clase de religión; de televisores con pantallas redondeadas donde veíamos en blanco-y-negro “El Prisionero”, “Agente Secreto” y hasta “Crónicas de un Pueblo”; de composiciones de Patxi Andión que nos descubría poemas desolados de Miguel Hernández según pateábamos el camino de la vida y del amor, sin embargo, digo yo, que tampoco nos hubiera venido mal un achuchón de vez en cuando; de revoluciones castristas que nada tenían que ver -¡qué pena!- con las revoluciones sexuales, que eran las buenas, que encarnaban como nadie las tetas de Marilin Monroe; de los SEAT 600 que surcaban la carretera de Rozas de Puerto Real de ida pero nunca los veíamos de vuelta por más que los aguardáramos con nuestras miradas perdidas en la esperanza.

James Dean aparenta descubrirnos el misterio del instante, no hay un antes ni un después, sólo el momento eterno de la fotografía. La luz suave de la instantánea es como si se la hubiera inventado él mismo para que le acariciara mejor su nostalgia, como si las gotas de lluvia que mojan su cabellera tuvieran el sabor de la melancolía de cada Fin de Año, como si los corazones rotos siguieran latiendo, como si en ese punto hubiera descubierto que se había enamorado y le estuviera enriqueciendo interiormente. Puede que ese tiempo especial suyo, que es como una escapada a la emoción, no coincida con ningún otro especial de muchos de quienes observan la foto, serán los problemas del directo que dicen hoy. Quizá aquella tarde anduviera solitario y perdido, buscando la memoria de una época que le renacía feliz entre los remolinos que forman sobre la lluvia sus propias pisadas. Y es que hay cosas que sólo quedan bien en el recuerdo y si es mojado… ¡mucho mejor!
Ahora que lo pienso fríamente me parece un hombre de los nuestros. Un perdedor incrustado en el mundo triunfador de ellos. Va a resultar que la foto es la realidad poética de un perdedor, que el agua de la calle es la nieve derretida de la última Navidad y que la acera es el Paseo Marítimo sin playa de Cadalso. Son cosas que pasan cuando una ofensiva de lucidez acaba por apenarte el corazón en la ciudad, mientras con la razón vuelas libre a la soledad. Como James Dean en la Quinta Avenida y yo en la calle San Antón en Cadalso…
Al final la soledad –me temo- es la misma para todos.


Miguel MORENO GONZÁLEZ



escritor galardonado

3 comentarios:

  1. Efectivamente Miguel, la soledad es la misma para todos, lo único que las diferencia es el pensamiento que la envuelve acompañándote.
    Gracias por el recuerdo de james Dean y a Carlos por esa manzanita blanca de la 5ª Avenida

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  2. Especialmente dedicada a ti, Carlos, que saliste disparado la última nochevieja del bar de Aitor camino de Nueva York (¿pondrían al jamón york en recuerdo de la ciudad o al revés, alguien lo sabe?)y nos dejaste a todos desamparados, mientras te alejabas lleno de hielos en vez de uvas de la suerte. ¿Hemos sido siempre así de raros?
    Lo dicho va en tu homenaje y extendido a todos los tuyos.
    Miguel Moreno

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  3. Me gustaría conocer la zona en mis próximas vacaciones, contrate Paquetes a Nueva York y espero pasarla de lujo en la ciudad.

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