martes, 30 de noviembre de 2010

Aquellas voces de antes...



Aquellas voces de antes ...


Si en el escrito anterior, sobre las cosas de antes, di con los sonidos de entonces, vaya, a continuación, todo un capítulo dedicado a lo que se oía antaño; a aquellas voces antológicas, audio del recuerdo, que aunque como buen vinilo, ya un poco cascado, falle, algunos guardamos como un tesoro. A más de uno destaponará las orejas sordas de tanto barullo y jaleos actuales. ¿Tienen un momento para venir, conmigo, a volver a escucharlos?
Y ya enchufados a la radio les retransmito: “ Música en las ondas… aquí radio Andorra… diario hablado de las dos y media…una radionovela de Guillermo Gutierrez Casaseca …este disco va dedicado a … con todos ustedes… música y más aplausos… el consultorio de la Srta. Francis… más acordes” Con sus cortes publicitarios correspondientes, faltaría más : “Yo soy aquel negrito…Colacao …está como nunca…Fundador… kina Santa Catalina” Después, vendría el acudir al bar. o a casa de la vecina para alelarnos con aquella tele en blanco y negro con su carta de ajuste y primeros programas y anuncios antológicos donde aquellas rayas, nieve o ruidos buscando la antena que en lo mejor te cortaba, nos marcarían la existencia.

¿Y que me dicen de los guateques y discotecas? Suspiramos con aquellas canciones memorables, fueran las clásicas españolas o las yeyés. Tarareábamos, igual, los acordes hippies como los de protesta o guau guau como llamábamos a las extranjeras (lo que no estaba mal para no saber de idiomas) en letras que dejo para las reposiciones y pa que cada cual haga su recopilatorio. Curioso es comprobar cómo una y otra vez las versionan y se siguen tocando en las verbenas.

Cambiando de ritmos y de fonoteca daré la martingala, sin pretender darles la matraca. Y hablando de la susodicha, la tal matraca venía a ser un instrumento musical con el que salíamos a pedir el aguinaldo junto con otros históricos como: la zambomba, pandereta, tambor, xilofón, flauta y armónica; a los que buscábamos solfa sin maestro de banda que nos ayudara. Todavía los veo, o a sus restos, por casa y sus quejíos me saben a pasadas notas desafinadas. Tampoco me olvido de aquellos otros, que fabricábamos con juncos, madera o cañas, tan perecederos que ni rastro de los pobres queda. Y entre todos, los que más gozo daban eran, sin duda, aquellos otros prestados o heredados como el cuerno, cencerros y campanilleros y que sacábamos en señaladas celebraciones. Con mucho cuidado y solemnidad, conste, habida cuenta de la historia familiar que había detrás de cada uno que eso, sí, que era sagrado.

Y en esto que vuelvo aquel chiquillo de pueblo, pregonero de la vida, que blincaba por el campo y bajaba corriendo las cuestas. Allá estoy con mi pandilla tirando el tejo o dándole al bote, lanzando el aro o chutando la pelota: trayendo pájaros a casa que mucho pío pío y pan mojado pero poco acampaban; saltando la cuerda y canturreando aquello de “churro va y el cocherito leré”; chocando espadas de madera o metido en mil males. Y me oigo caminar mojado de píes a cabeza tras salir pitando de la escuela, chapoteando en los muchos charcos y esquivando traicioneras canaleras, embutido en aquellas botas de agua y zapatos heredaos, siempre grandes, que chillaban y chillaban.
A todo esto, alguien gritaba: “¡Tía Maria! …Pasa, chica….estoy en el descubierto… Ahora bajo…” Aquello era todo un rosario de llamadas que tenía su lenguaje propio cuando no se reducía a algo gutural y artísticos chiflidos con los que hasta, de verdad, con los animales te entendías .

Maneras que hoy acaso se han perdido pero que era lo que había. Sin olvidar las de nombrarnos por el mote y el hablar de usted a cualquier extraño; el correveidile y las alcahueterías; las fórmulas como a la paz de Dios, no somos nadie, yo sin novedad gracias a Dios… sin faltar, claro, lo abruptos y maldiciones Todo un diccionario de palabras viejas y formas, ahora el desuso, tan nuestras y que falta hace de no perderlas. Por mi parte no será y en justo homenaje voy aquí poniéndolas. Espero que se aclaren y me puedan entender los más jóvenes (Xfa ,tíos)

Y entre el Pico del Remedio llamando a las tormentas, el agua de la vida de todo el pueblo corría por su cauce; a raudales y sin para pues sus grifos nunca se cerraban; por ríos y acequias tal como estaba mandao. En éstas, que una mujer vareaba la alfombra en el balcón mientras que el aire levantaba la colada del tendedero. Daba portazos alguna ventana y chirriaba algún gozne; el tintineo de la cortina y el golpe seco del picaporte y la tranca: el tembleque del piso y los muelles de las camas El chisporroteo de la lumbre y la flama del candil, carburo o velas; el cacharrerío de perolas y hojalatas en la cocina y el restregar la ropa en el barreño o las losas del lavadero .

Eran los solistas de toda una orquesta donde la música de fondo venía de las chicharras y grillos; ranas y mochuelos; el kikirikí de gallos y los rebuznos o relinchos de las caballerías; el reloj de la iglesia dando las horas y por encima, los tañidos de las campanas .Toque de misa y allá que se acudía pa enzarzarse con los rezos, galimatías en latín y coro que resonaban entre aquellas bóvedas; toque a quema y to cristo corriendo a la plaza. Toque a muerto y a dar el pésame tocaba. Volteo general anunciando fiestas y visitas solemnes y acudir mudao al festejo.
Al compás monótono de jornadas oyendo el hierro de las caballerías, en retahílas de gente que iban y venían al campo, el cencerro del mardano anunciando el rebaño próximo, el eco de algún tractor y el palique de las comadres sentás a la fresca, yendo y viniendo a los lavaderos públicos, al horno o al huerto. Como figuras musicales estaban la caterva de animales que con nosotros convivían y que daban ritmo en aquellas casas: chillidos de cerdos y conejos, cabras y ovejas balando, mugido de vacas, gatos maullando; cacareo de gallinas, piar de golondrinas y vencejos y zumbido de moscas y tábanos.
Notas de paz y monotonía en las calles, sólo rota cuando la trompetilla anunciaba bando (“ De orden del señor alcalde…bla bla) los do de pecho del querido cartero ( Vicenta…carta de tu chico…). El dulce tono de la flauta del afilador, la trompeta y cabra de algún tirititero; pasacalles anunciadores , vendedor ambulante o tratante de turno ( Se compra lana…al rico helao…aceite pasao…el quinquillero ) Aquello era un terremoto y enseguida se formaba el corro para ver qué traían o la mar de las veces, alcahuetear lo que se ofrecía. Si era el ceiquero o arrendador a tirar de barchilla en justo pago y punto en boca; si era forastero, ver qué se le ofrecía e igual se le echaba con cajas destempladas. Pasaba el día y en la tranquilidad de la noche el cántico del sereno era de cuna y el de la rondalla, como no, de alborozo y juerga.

Era una vida de esfuerzos, con faenas y oficios que venían a poner salsa y tono a la cosa. Como el repiqueteo del herrero o el esquilador con sus tijeras; el rodar de los rulos en la almazara, tirar de pico y pala, darle al garrote y tirar de palanca o polea; el desgranar maíz y machacar olivas, picar y trabajar el esparto, hacer leña y hacer remiendos varios…Al tiempo, saltaba de la garganta de alguno, unas sentidas coplillas.

Conste, que no todo fueron cantos y que también, tuvimos que bregar con grandes silencios como el de no poder hablar de política y chitón, que no se diga, pues las habladurías y el qué dirán al punto nos achantaban. El riguroso silencio en lutos y Semana Santa y una larga lista que me dejaré por aquello de ser positivo con el recuerdo pero que respeto.

Por supuesto que también sufrieron nuestros oídos el tráfico entre el atronador ruido de las mulas mecánicas, tractores, trilladoras y cosechadoras; el dar a la manivela o palanca de arranque y ver como se calaban, el trucaje de la Derbi y los derrapes de la Vespa; echar por la cuesta el Dos Caballos pa ver si arrancaba y el timbre de la bici. El frenazo de los Pegaso y apretarse en el 600. El traqueteo al viajar en aquellos trenes de madera, buses y tranvías, con mucho humo y por vías tercermundistas. Los mil y un carros ya de caballerías o de varas; el ir al paso, trote o galope o cuando no, en el coche de San Fernando… ¿Sigo?

Toda una retahíla de voces, producto de las vivencias que regalaban mis oídos por entonces. Alguna se me habrá quedado en el tintero; pero no por ello me hagan de las aquí citadas oídos sordos. No olviden que el hoy no es más que el recuerdo del ayer, y el mañana, el sueño de hoy como dice el anónimo. Al menos que les sirva para animarles a vivir dejándose de romances.

Francisco Torralba Lopez

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