Lo encontró Tony Montón. Bonito escrito sobre Cadalso de R.Gómez de la Serna...
UN PUEBLO REAL
CADALSO DE LOS VIDRIOS
LA concepción del vidrio es muy española. Quizá no llegamos al
cristal, que es algo menos sincero y más artificioso y artificial que el
vidrio; pero nuestro puro sentido del vidrio es algo castizo y
original.
En una exposición francesa pasó una vez que a un fabricante de
vidrio le dieron un premio mediocre, pero un premio como fabricante de
cristal, y el fabricante estaba desesperado, porque eso era que habían
creído que su vidrio era cristal, aunque cristal regular, sin haberse
dado cuenta el Jurado de que era vidrio y que, por lo tanto, merecía el
primer premio de los premios al vidrio: el premio que le hubiera hecho
feliz.
En el vidrio, nuestra tierra llega a clasificaciones y matices
estupendos, y se podría decir que nacen las cosas de vidrio como las
espigas de la tierra, es decir, como un nuevo producto plástico de ella,
como las calabazas más fantásticas, como la sal en las salinas. Sin
refinamiento, como flor original de esta realidad española, con
depuraciones místicas en su substancia, surge el vidrio de nuestra
tierra.
Yo he ido en mis excursiones hasta Cadalso de los Vidrios, donde
está la fábrica más antigua que hubo de España y donde hay un bello
palacio que parece ser del marqués de los Vidrios y de su hija la
marquesita de los ojos de cristal.
En ese pueblo toledano que se destaca sobre el paisaje de infierno
de la serranía toledana, el paisaje, en que si no supiésemos algo de
Geografía supondríamos el Sinaí, está esa primera fábrica modesta,
disimulada, con su breve chimenea, con sus crisoles inverosímiles. Ahí
se fabricaron los vidrios de toda España y, sobre todo, los «cristales
de cuarterón», que cerraron al invierno todas las ventanas y balcones, a
los que la espesa madera interior, en la que se abría por el día sólo
un ventanal, convertía en ventanas. El invierno de la poca civilización,
el invierno del mundo aún incomprendido, era más duro invierno que el
nuestro, era un invierno crudo con crudeza de Edad Media.
De la tierra oscurecida yo la vi en invierno de aquel pueblo, al que
oscurecían más sus olivares y sus casas un poco trogloditas, brotaba un
fondo de contraste que hacía más ingrávido, transparente, delicado,
metafórico el vidrio, que era la industria del pueblo, como por vocación
divina, como por inspiración poética; porque si no, ¿cómo pudo ocurrir
que en ese pueblo tan apartado y de tan difíciles caminos y en rinconada
tan abrupta, surgiese la «gongórica» ilusión del vidrio, es decir, la
idealidad de lo real, la transparencia simbólica y alquitarada con un
fondo tosco y con opacidades de conceptuosidad terrena?
Pueblo maravilloso y como pueblo de poeta, ese pueblo sucio de
calles abandonadas a la incuria y a la inclemencia del tiempo. Todo lo
sombrío, todo lo abyecto que emporcaba sus calles, su separación del
mundo por los barrancos más desesperados, daban más importancia a su
fábrica exaltada y clarividente, a su palacio romántico y a las casitas,
tan limpias en el fondo de su interior.
¡Qué gratas intimidades las de las casas de Cadalso de los Vidrios!
En cada casa hay un vidrio antiguo, en el que resplandece algo así como
la filtración y condensación del tiempo. Yo no sé qué tienen que ver
esos vidrios con el tiempo; pero el tiempo se transparenta en ellos y se
esconde en su cuévano como en su propio búcaro.
En la casa en que yo habité, y en la que por cierto no había
cristales y si se quería ver la noche o la mañana había que abrir las
maderas, había una bola de vidrio y un frutero antiguo, en que se
reflejaba el día de Cadalso como en una unidad de tiempo que comprendía
el pasado y el porvenir. La cosa, diáfana a la par que un poco turbia y
extrañamente cerrada en si misma, que es una hora de todo tiempo, allí
estaba en la jaula de aquella bola de vidrio, de tonos cambiantes y
verdosos, como en su pecera ideal.
Cada casa estaba alegre con su objeto de vidrio, y todo el cuidado
de las manos estaba en conservarlo. Vivían más del campo que de la
fábrica, casi extinta y sentenciada al abandono por la competencia de
otras fábricas más poderosas y más junto al ferrocarril; pero todos se
miraban aún en los objetos de vidrio que les habían quedado.
La mística idealidad de toda Castilla, y casi me atrevería a decir
de toda España, se me reveló en ese pueblecito, en el que resplandecían
los vidrios y se alegraban los ojos hechos a la tierra adusta, sequeriza
y opaca, viendo brillar la luz y lo que de tiempo y espacio se reúnen
en la luz que entra en el vidrio de los objetos del pasado.
En casa de las cuatro hermanas, discretas, y que estaban suscritas a
La Moda Elegante presencié un día la limpieza de los objetos de vidrio y
vi cómo las cuatro hermanas ayudaban a que no se cayesen, y hasta había
una que ponía su delantal debajo, como una red, por si se les escapaban
a las otras.
—¡Figúrese usted—me dijeron—que don Damián, el director de la
fábrica, dice que desde hace dos siglos no se fabrica nada de esto, ni
se sabría fabricar con estos tonos tan raros!
Entre las visitas que hice, fue la principal la del anciano director
de la fábrica, el que la había dirigido los últimos días de su auge,
cuando aún salían carros cristaleros para Madrid. El viejo director no
había querido marcharse de su Cadalso de los Vidrios, aunque tenía
dinero para irse a vivir a Madrid.
Los momentos más felices de mi vida — me dijo — son cuando, paseando
por la carretera, se me acerca algún caminante y me pregunta: «¿Qué
pueblo es este?» y yo digo: «Cadalso de los Vidrios»; me congratula como
nada...
Visité con el viejo director la fábrica y me llevó al rincón de
judío que hay en toda fábrica, bodega o almacén. Allí me enseñó los
objetos únicos de la colección, el vaso con color de mirada, la retorta
con tono de fuego encendido, la botella de un color verde único.
—¡Qué verde!—dije, sin poderme contener.
—¡Ah, sí!... Ese verde es ya inencontrable... Aquí vino un
restaurador de vidrieras de catedral, que no encontraba por ningún lado
ese verde... Ni con esmeraldas disueltas se podría producir... ¡Para que
después digan que la Naturaleza prodiga todos los verdes!
—¿Y cómo lo producen?
—Muy sencillo: es una solera de verde casi agotada, con restos de
otras cosas verdes, hija de la primitiva cosecha; con restos de las
primitivas botellas de cerveza que se hicieron aquí... Sólo en alguna
vieja farmacia es posible que se encuentre alguna antigua bombona de
este color. Pero vea este antiguo cáliz, para las iglesias en que no los
había de oro... Este me dijo enseñándome una copa alta con lechosidades
y
blancuras opalescentes sólo gracias a que mezclamos huesos humanos
con la masa translúcida del vidrio y con la tierra matriz, se logra este
producto, de una pureza y una experiencia máxima... Es un secreto de
Cadalso de los Vidrios... Muchos han intentado producir este vidrio sin
mezclar ese ingrediente y no lo han conseguido nunca.
Me quedé mirando un largo rato el cáliz y comprendí que de aquella
fusión de la tierra y los huesos en el fuego depurador, brotase aquella
especie de espíritu re-encamado, aquella especie de visión de las cosas a
través de los ojos vidriosos de los muertos y después que pasaron como
tíficos por el baño de agua, por el baño de fuego del purgatorio.
— Todo es tan frágil, que hay que tener un cuidado atroz con ello...
Yo no los toco... Muere el producto de varios siglos, completamente
hecho añicos, en cada cosa que se rompe... Yo, hasta he llorado a veces
al ver caer y estrellarse alguna cosa.
¡Qué impresión me dejó Cadalso de los Vidrios! Realmente parecía que
conservaban ampollas de tiempo con un cuidado sumo, todos quietos, con
los brazos cruzados, con el aliento contenido ante lo frágil.
No pude ver funcionar la fábrica, pero vi caer una helada espantosa
que me hizo ver convertido el cielo en un gran fanal de vidrio, viendo
en la tierra el brillo del pavimento de vidrios que había hecho la
escarcha.
¡Aquella helada sí que lo bautizó ante el forastero con el nombre merecidísimo de Cadalso de los Vidrios!
Ramón Gómez de la Serna
Revista Indice (Madrid 1921) nº 2 pag. 6