miércoles, 4 de abril de 2018

Cartas al blog...



VIVENCIAS ENAMORADAS



Utópicamente persigo la amistad, pocas veces la conseguí. Creí erróneamente que podía alcanzarla con mi primer amor. Al poco de casarse con su hombre de siempre el matrimonio se desmoronó. Me llamó como amiga –me dijo- una tarde otoñal. Yo estaba abandonado y enamorado en Campamento, lamiéndome las dolorosas heridas que su desamor me ocasionó. Corrí raudo a verla engañando a mi amor con la amistad. Craso error. Aquel viaje acabó rematándome.
Alquilé un apartamento junto al mar en Marbella, allí vivía con su marido. Nos veíamos por las mañanas y al atardecer en un chiringuito frente al mar. Estaba destrozada anímicamente, buscando ayuda entró en los “Testigos de Jehová”. Sus posturas se radicalizaron por la “comida de coco” que le hacían. Al darse cuenta de su yerro los abandonó pero ellos seguían presionándola y acabó al borde del abismo. Me contó que una mañana de mar embravecida se metió en el agua… la sacaron inconsciente antes de que se ahogara. Según me lo refería yo acariciaba su mano sobre la mesa y sentí, ya irremediable, cuánto seguía queriéndola. Llovía suave sobre el mar y nuestra derrota, la brisa traía un aroma amargo de salitre enamorado. Aquella noche nos manchamos de amor y nos hicimos más viejos tumbados sobre la estela de la luna que cubría el mar.
Aún hoy vivo días repetidos a aquéllos, los distingo por la luminosidad y el azul del cielo. Son pocos, se me quedaron grabados en la mente la primera vez que los viví. Un trozo de mi corazón sigue ocupándolo ella… como si la quisiera demostrar, al igual que en la famosa rima de Bécquer, que algo eterno hay en mí a la que eternamente me juró su amor.


Volví a Madrid roto, desconcertado, la pena me rebosaba por doquier y me sumí en una triste melancolía por largo tiempo. Me rescató una chica algo más joven que yo, alegre y con muchas ganas de amar y vivir.
Cuando iba a buscarla a una academia de la calle Arenal soñaba que me enamoraba de ella pero ocurrió al revés. Una mañana de sábado que sus padres no estaban fuimos felices y risueños a comer a su casa. Al acabar nos besamos con una pasión juvenil desenfrenada que sigo cuidando a buen recaudo. Antes de hacer el amor me sobrevino un ataque de realidad: “No estoy seguro de quererte y esto puede hacerte mucho daño”. Me miró desolada. Desconozco lo que hubiera hecho hoy, aquella tarde me vestí despacio y salí mientras ella se quedaba desconsolada en su habitación huérfana de caricias. Jamás volví a saber nada de ella. Pienso que en aquel instante me odió, me consuelo creyendo que quizá, posteriormente, me lo agradecería y le quedaría un recuerdo agradable de mi paso por su amor. Esa esperanza la conservo guardada en mi memoria. Era bonita e ingenua y tenía una piel tan suave que no se merecía que yo la abrazara sin amarla.
Año y medio después conocí a Paloma, me sorprendió gratamente porque era muy estable, educada, guapa, amorosa, equilibrada, comprensiva… justamente el contrapunto ideal para mi confusa personalidad ciclotímica. Muy jóvenes (22-24 años) nos casamos y marchamos a Argel.
Allí, solos, terminamos de consolidar y reforzar nuestro amor en un ambiente duro que nos benefició sobremanera. Cuando dos personas se entregan libremente deberían marcharse unos años solos a profundizar en su querer, a conocerse, a convencerse, a encontrarse con la realidad de su nueva existencia. Nada ni nadie ajeno que pueda desequilibrarles les debe interferir. Mi mujer es un ser maravilloso, un regalo diario de la providencia, cuando se la conoce bien te alegras de haberlo hecho.
Me gustaría desaparecer antes que ella para así nunca perderla, quiero seguir amándola en la nada, en el vacío, en el no ser.


Mi vida es un constante fluir de sensa-ciones, gozosas unas penosas otras.
Atravieso una etapa en la que me apetece vivir todo con intensidad, sobresaltarme con lo  bello que poseo al tiempo que quiero seguir descubriendo toda la hermosura de lo desconocido. No quiero marcharme sin averiguar cuáles son los encantos que siguen alimentando mis emociones ni cuáles las penas que me postran en la melancolía. Como los duendes y los artistas busco el sabor de la belleza y la emoción, intuyo que todos los seres humanos al desaparecer dejamos flotando algo nuestro que alguien que vendrá detrás recogerá. No me creeréis, no tenéis por qué, pero en ocasiones me emociono sobre la bici al comprobar que soy feliz. Es entonces -lo dije ya hace tiempo- cuando mando abrazos a todos los que me quieren y en cada puerto que corono dejo escrito sobre una piedra sus nombres. Medito que si no lo hago ahora mañana puede ser tarde mientras el rebufo de un camión de gran tonelaje intenta absorberme en la carretera de Rozas. Fijaos en los ciclistas, querernos, somos seres extraños e indefensos. Nuestra soledad nos empuja, nos pide superarnos, nos abandonamos inconscientes a nuestra suerte, intentamos crear armonía a tres bandas: el hombre, la máquina y el medio. Aspiramos a ser gráciles como una pluma en un entorno hostil, deseamos tocar el violín como ángeles sobre pegasos.
Somos unos románticos anacrónicos que perdemos con grandeza humana. Al llegar a casa no poseo mayor placer que sentarme con los ojos cerrados en el escalón de mi puerta. Dulcemente el sol cadalseño me acaricia y me hace volar y soñar… 


Miguel MORENO GONZÁLEZ

3 comentarios:

  1. Cuando las cosas se hacen con sentimiento. Brotan solas y bellas sacadas del alma así es este escrito Miguel

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  2. Escrito desde lo mas hondo del alma. Muy bueno Miguel

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  3. Tú si eres bueno, Ángel. Gracias a ti y a todo lo que nos une.

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