domingo, 21 de noviembre de 2010

Aquel calor humano de antaño

Con la nueva etiqueta de " Cosas de antaño " pretendo intercalar artículos de un nuevo amigo y colaborador Francisco Torralba desde Chelva- Valencia, que a buen seguro va a enriquecer nuestro blog con sus historias y vivencias del ayer en su pueblo...espero que os gusten...
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Aquel calor humano de antaño...


Anochece y es hora de encender la lumbre, decía mi madre. Al poco tiempo, mi padre llegaba del campo y había que ayudarle en la descarga de aperos y recolecciones; entonces, dábamos de comer a los animales, cerrábamos las puertas y nos reuníamos, todos, frente a la chimenea. A todo esto, no faltaba el siempre eterno “puchero” donde se cocinaba alguna cosa para comer de caliente. Colocábamos las trébedes y en la sartén de tantos y tan buenos sabores, se freían patatas, pimientos o lo que terciase. ¡La familia reunida en el hogar formando aquel semicírculo mágico que ahora añoro y vale la pena recordar!


Usábamos unas sillas bajitas, la mayoría heredadas y otras remendadas con la nueva pita. Los sitios estaban jerarquizados y todos queríamos el rincón; al menor descuido, allí estaba yo.Mientras la cena se preparaba, aprendí matemáticas, sumando precios de terneros o conejos, y alta economía, con las fluctuaciones de las cosechas; de relaciones sociales, poniéndote a la última de lo que por el pueblo se decía; la literatura y viajes los ponía el abuelo con sus historias que luego comparé con las que me enseñaban en la escuela. ¡ Alta filosofía fue cada momento vivido en aquella asamblea frente a las hogueras de mi infancia !
Alimentábamos aquel fuego sagrado con sarmientos,” zuros”, troncos de olivera o lo que terciara. La radio, cuando no se le iba la onda, nos ponía al tanto de lo que pasaba fuera. Aún resuena en mi cabeza el “aquí radio Andorra, la Helena Francis y las canciones dedicadas por el hijo de la tía Rosa que estaba por Alemania. Mi gato nos hacía cosquillas entre las piernas cuando no se despanzurraba, invitándonos a dormitar en aquella paz que todo lo envolvía. La noche nos iba abrazando en su oscuridad cortada por aquellas llamas. ¡Qué frío entraba por la espalda ¡ Y qué mal lo pasaba si tenía que ir al lavabo o hacer aquellos recados interminables a la tienda! Corría poseído por volver enseguida al santuario y refugio de aquellas brasas.
¡Y mira que se aprovechaban! Tanto que su rescoldo alimentaba el eterno brasero y era la mejor secadora para la ropa de mis saltos por los charcos y las botas embarradas.¡ Menudo tenderete se preparaba en los días de nieve y tras la colada que mi madre había traído, a la cabeza, desde el lavadero público junto a los últimos chismorreos del vecindario ! ¡Aquello sí que eran noticias frescas!
Sabía que teníamos visita, y su categoría, cuando me pedían echara tal o cual leña extra, pues lo normal era aprovechar aquellos palitos fruto de la poda o todo aquello que se reciclaba Rondaban a su vera artilugios varios que me enseñaron arqueología y técnica como las susodichas trébedes, las tenazas de la bisabuela, el “aventador” para que prendiera, el caldero del mata cerdo donde se preparaban los mejores mejunjes…sin olvidar aquellos cacharros de barro, heredados de la tatarabuela, que al arroz daba un punto que ahora no consigo ni con la mejor vitro cerámica o barbacoa.
Teníamos dos cocinas: una grande, con un gran hogar lleno de recuerdos y fotos en su repisa reservada a las celebraciones y otra, la cocinita, muy pequeña, donde ni el frío cabía al apretarnos tanto. Aún me parece oler aquel humo y ver como mi padre tiraba de “aliaga” para mejor avivarla. Allí se leían las cartas de mi hermano en la mili, oí las mejores historias y el abuelo me hacía soñar con sus batallas. Un diálogo mágico al baile de aquellas chispas: “No juegues con el fuego o te mearás en la cama”; “pide un deseo al vuelo de ese trozo”…Y ocupábamos nuestras manos desgranando la “canaria”, partir nueces o almendras, pelar tomate para la conserva o chafar olivas para la “orza”.
Y me enseñó mucho del trato; tanto, que el no bienvenido no pasaba de la entrada de la casa pero sí, era costumbre, y mejor gesto, convidar al amigo con un:“Pasa a sentarte en la lumbre…Hacerle sitio… caliéntate …sin prisas …cuenta.”
En aquel tiempo, ignorante de mí, alucinaba cuando el visitante de turno, al rato de estar sentado, nos decía la suerte que teníamos de aquella vida. No le entendía y envidiaba el que viviera al lado de un mar que sólo conocía por las postales, que su casa tuviera ducha y comodidades y verme entre trenes y ciudades ¡Ahora reconozco sus risas al contárselo y el que no tuviera prisa por marcharse!
Y despertó mis instintos de Gourmet con todas aquellas recetas que aprendí en un constante ir venir de cacharros y parrillas al calor de aquellos rescoldos: el “allioli”, hacer “chup chup “, asado y no quemado; huevos pasados por agua, paellas, gazpachos y “gachas”…
¡Resuenan en mi cabeza tantas cosas!
“Ésta sí que tira” -orgulloso decía mi padre-
”Esta casa tiene la mejor chimenea de la calle”- rezaba el anuncio cuando, la pusimos en venta-
¡Echo de menos aquel calor humano de antaño!

Francisco Torralba Lopez

5 comentarios:

  1. Francisco: Dices que echas de menos aquel calor humano de antaño y sin embargo a nosotros, con tu relato, nos le has devuelto. Sólo por eso: Muchas gracias.

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  2. Francisco bienvenido al blog y estoy seguro que estaras agusto en esta tu nueva casa...

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  3. ¡Que relato tan bonito ha hecho!!!por unos momentos me parecia estar en el pueblo alrededor de mi lumbre..Enhorabuena,Francisco y muchas gracias por hacerme revivir esos momentos....un saludo Juany desde Alicante

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  4. Que barbaridad ha habido momentos en los cuales creía que estabas describiendo mi casa. Que lucidez narrativa posees Francisco espero que nos obsequies con más artículos proximamente. Un saludo

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  5. Muchas gracias
    Fco Torralba

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